Posteriores epidemias de fiebre amarilla en la ciudad de Cádiz
AÑO 1804
Aparece la epidemia en Málaga,
introducida por los buques marselleses que transportaban tropas a Santo
Domingo. De esta ciudad se extendió a la vecina Granada y a gran parte de Andalucía
para extenderse posteriormente por Alicante y Valencia. En Cádiz se toman
precauciones para impedir que personas procedentes de otros lugares penetren en
la ciudad, pero algunos infectados logran hacerlo furtivamente. Se detienen a
diecinueve individuos que son trasladados al castillo de San Sebastián y
puestos en cuarentena pero algunos otros logran burlar la vigilancia de la
policía y comenzó la epidemia. Se toman medidas sanitarias para aislar a los
enfermos y se habilitó para personas sin recurso un hospital en el campo de
Capuchinos y un lugar de convalecencia en el campo de los Mártires. Se reactiva
el Hospital de la Segunda Aguada con un local para convalecientes. El Hospital
Real establece un lugar de convalecencia en el Balón. Queda establecido que los
epidémicos no ingresen esta vez en el Hospital de San Juan de Dios para que no
contagien a los sanos.
El Ayuntamiento abrió
suscripciones de limosnas para necesitados. El rigor del contagio duró dos
meses y en el mes de noviembre declinó. Se calculó que el número de contagiados
llegó a 9.553, con 7.280 curaciones y 2.273 fallecimientos. De estos últimos
fueron 2044 varones, 201 hembras y 28 párvulos.1 El domingo día 18 de noviembre se canta con toda la
solemnidad el Tedeum.
AÑO 1810
España está en guerra con
Napoleón y la ciudad de Cádiz junto a la vecina Isla de León se encuentra
asediada por las tropas francesas. Hay un gran movimiento con afluencia
constantes de buques, ya que el dominio del mar corresponde a la flota
británica, nuestra aliada. Con la llegada constante de refugiados hay una
superpoblación. Se sospecha que hay un foco infeccioso en los pontones de
prisioneros franceses de la escuadra derrotada del almirante Rosilly y los
doctores Mellado y Aréjula comienzan a tomar las precauciones correspondientes
en el mes de marzo de este año. Está prevenida la Junta Provincial de Sanidad.
En Cádiz, se han concentrado parte el ejército nacional y las tropas inglesas
aliadas.
El día 11 de septiembre aparece
la epidemia, siendo las primeras contagiadas dos mujeres que vivían juntas en
el colegio de Santa Cruz y después muere un vecino. Es informado de ello José
María Lila, diputado de Sanidad. Se dan nuevos casos en el barrio de Capuchinos
y el contagio se extiende por cárceles y hospitales. El doctor Bartolomé Mellado
sospecha de este tipo de contagio y es el primero en diagnosticar la enfermedad,
y se lleva a cabo un plan preventivo. Es posible que haya enfermos en posadas y
casas públicas. Se ordena que los contagiados que no estén con sus familias sean
llevados al hospital. Se ordena a parroquias y conventos que sus sacerdotes no
salgan a confesar ni a dar auxilios espirituales, aunque si pueden hacerlo
aquellos que sufrieron el contagio en las anteriores epidemias y se curaron. Los
forasteros no pueden salir a la calle, a no ser que haya un motivo de fuerza
mayor. Prohibido las visitas en los domicilios donde haya un enfermo.
Cádiz recuerda las epidemias de
1800 y 1804. No obstante, algunos médicos piensan que no es el mismo caso que
las anteriores porque esta epidemia se muestra más benigna. Mellado piensa que
este hecho se debe a cierta inmunidad adquirida por los gaditanos. Aréjula y
otros creen que se trata de un mal endémico en Cádiz, pero que ha proporcionado
la inmunidad correspondiente. El problema es que empiezan a confundirla con el
tifus. El propio Mellado designa en alguna ocasión la enfermedad como “tifus
maligno”.
La sanidad gaditana comienza a
preocuparse porque falta agua corriente y se utiliza con mucha frecuencia agua
procedente de pozos y aljibes que también sirve para regadíos de huertas. Por
otra parte se toma mariscos obtenidos de rocas cercanas a desagües de la ciudad.
En los últimos días del mes de
octubre ha aumentado el número de fallecidos y los diputados, que comienzan a
trasladarse a Cádiz, piensan ahora en hacerlo a un lugar más seguro. El día 6
de noviembre, Ramón Sanz, representante de Cataluña, ha fallecido, victima del
contagio. El día 20, el Congreso se reúne y el diputado Oliveros propone que se
nombre una comisión de tres facultativos con el fin de averiguar las causas de
la enfermedad y comprobar por fin si se debe a la intervención de “miasmas
pútridas” o a algún germen. El Congreso está preocupado por la llegada de
buques procedentes de distintos puertos que pudieran estar infectados y que en
muchos casos no cumplían con las leyes sanitarias.
El día 28 de noviembre es
acordado de que se una a la Junta Local de Sanidad el prestigioso facultativo
madrileño Rafael Costa. El doctor Mellado informa que debe quemarse las ropas
del enfermo. También se piensa en el empleo del muriático oxigenado. Lentamente
el mal va disminuyendo y con el frio de diciembre desaparece.
Mellado ha observado que la
enfermedad ataca preferentemente a los hombres del norte, a obesos, robustos y
corpulentos, y a los de carácter melancólico, siendo en cambio muy benigna para
las mujeres de genio alegre y para los naturales de Cádiz. Mellado habla de
“efluvios malignos” como responsables del contagio. Este se produciría por
falta de ventilación, por roce con el enfermo o por respirar su atmósfera, por
alguna predisposición individual, y por otras muchas circunstancias ignoradas.
En cuanto a los métodos de
curación, Mellado afirma que “curar es cuidar y sanar es poner bueno”. Muchos
médicos intentan excitar el sudor y el vómito, además de promover las
evacuaciones. Se preocupan en elevar la moral del enfermo, a pesar de la
dificultad existente en aquellas circunstancias. Mellado no es partidario de
excitar el sudor porque piensa que este método no es totalmente necesario para
sanar y puede conseguir la sudoración por medios naturales, con una habitación
templada y con el enfermo quieto, con una alimentación a base de caldos
calientes. Tampoco acepta el provocar vómitos. Se muestra enemigo de los
laxantes, lavativas y purgantes, así como del uso de la quinina, éteres,
cáusticos y otros preparados habituales. Es partidario de seguir una
metodología pasiva con quietud, pocas visitas, menos preguntas, mucho aseo,
algunas tazas de infusión muy ligeras con te o manzanilla, muy poco caldo y
dado de tarde en tarde, si le repugna, algún trago, una lavativa al día si el
paciente no ha obrado, y lo más importante será en tener un cuidado especial en
sacar del cuarto inmediatamente “los secretos”. Renovar el aire cada tres
horas, haciendo que antes se tape bien el enfermo.
Hay que evitar por todos los
medios disponibles la propagación de la epidemia. Los enfermos, aislados en sus
casas, se colocan en miradores o ventanas y toman el sol tras los cristales.
Además, están entretenidos.2
Soldado del Batallón de Voluntarios de Cádiz. R Garófano y J.R. Páramo. La Contitución Gaditana de 1812.
Ilustración IX.
AÑO 1811
Cádiz se ha convertido en la sede
del gobierno de España, representando un gobierno liberal, elegido por el
pueblo. Se pretende contar con la opinión de los españoles y hay una renovación
de la prensa local. De esta manera se trata de poner fin al Antiguo Régimen y
sustituirlo por instituciones democráticas que deben marcar la aparición de un
mundo moderno.
En el verano de este año aparece
de nuevo el peligro de una epidemia y las autoridades sanitarias de
la ciudad recomiendan que se ponga en marcha el plan del año anterior. El 20 de
junio se reúnen las Cortes y el diputado Sr. Vera propone que el Congreso vuelva
a la Isla de León. Enferma el teniente general Ramón de Castro y se piensa que
puede padecer fiebre amarilla, pero se comunica con informe médico que padece
una “calentura pútrida”. No obstante, se informa a la Comisión de Salud Pública
y el día 4 de julio es leído el informe, afirmándose de que no se puede
asegurar que no aparezca la epidemia desde el mes de agosto en adelante, pero
que en aquellos momentos no existía.
Se piensa que es necesario
aligerar de gente la ciudad para disminuir el riesgo de contagio y que las
Cortes decidan si es conveniente el traslado a la Isla de León. A pesar de
ello, esta idea no es compartida por todos los diputados. La prensa comunica el
número de fallecidos y la población está muy preocupada.
Comienzan a llegar noticias de
que Cartagena de Levante padece una epidemia y los buques que proceden de este
puerto quedan inmediatamente incomunicados. La prensa dice que es necesario
contar con un lazareto.
AÑO 1813
Comienzan a correr los rumores
por la ciudad de que ha aparecido una nueva epidemia pero se trata de ocultarlo
con el fin de no crear falsas alarmas y evitar la desmoralización de la
población. El día 10 de junio, fallece el diputado por Puerto Rico Ramón Power,
victima del contagio por la fiebre amarilla, a los 38 años de edad. Pero, hay
que esperar al 16 de septiembre para que se confirme la existencia de esta
enfermedad. Pocos días después mueren los diputados: Mexía Lequerica, Company,
Luján, y Vega Infanzón. Las Cortes deciden trasladarse a la Isla de León.
AÑO 1819
Cundió la noticia por la ciudad
de que en la vecina San Fernando se habían presentado algunos casos de fiebre
amarilla. El proto-médico Francisco Flores Moreno se traslada a esta última
para informar de la situación, el cual a su regreso informa a la máxima
autoridad militar de la plaza, el teniente general Blas de Fournás, del mal que
sufre la ciudad vecina y que ponía en peligro las inmediaciones y peligraba la
situación del ejército expedicionario. Fournás ante de comenzar a tomar
decisiones alarmistas prefiere nombrar una comisión para que se dirija de nuevo
al lugar de la posible epidemia. Cuando esta comisión, presidida por el Doctor
Flores Moreno llega a San Fernando, a pesar de visitar bastantes casas, no
encuentran enfermos afectados por el mal. Pero esto no era cierto y las familias
de las victimas huían de su domicilio. La epidemia llega a Cádiz. Se saca de la
ciudad todas las tropas, quedando solo el regimiento de Soria para guarnecer la
plaza. Se había formado con las tropas un cordón sanitario desde Algeciras a
Sanlúcar de Barrameda, bajo amenaza de pena capital al que osase burlarlo. Por
consejo de Fournás, el capitán general de Andalucía Felipe Calleja, conde de
Calderón, deja Cádiz para establecer el cuartel general en Arcos de la
Frontera.
1). Adolfo de Castro. Tomo I, pp.
550-551.
2). Ramón Solís, p. 353.
BIBLIOGRAFÍA
CASTRO DE, A. Historia de Cádiz y su provincia. Imprenta
de la Revista Médica. Cádiz, 1858. Excma. Diputación Provincial de Cádiz. “La
Voz”. San Fernando. Cádiz, 1985.
GARÓFANO SÁNCHEZ, R. PÁRAMO DE
ARGÜELLES, J.R. La Constitución Gaditana
de 1812. Tercera Edición, 1996. Diputación de Cádiz. Ingrasa. Puerto Real
(Cádiz), 1987.
SOLÍS, R. El Cádiz de las Cortes. Silex. Madrid, 1987.
Cádiz. Bateria de San Carlos. Postal
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