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lunes, 25 de mayo de 2020

VI. APUNTES SOBRE LA FIEBRE AMARILLA EN CÁDIZ Y SU PROVINCIA




Posteriores epidemias de fiebre amarilla en la ciudad de Cádiz

AÑO 1804
Aparece la epidemia en Málaga, introducida por los buques marselleses que transportaban tropas a Santo Domingo. De esta ciudad se extendió a la vecina Granada y a gran parte de Andalucía para extenderse posteriormente por Alicante y Valencia. En Cádiz se toman precauciones para impedir que personas procedentes de otros lugares penetren en la ciudad, pero algunos infectados logran hacerlo furtivamente. Se detienen a diecinueve individuos que son trasladados al castillo de San Sebastián y puestos en cuarentena pero algunos otros logran burlar la vigilancia de la policía y comenzó la epidemia. Se toman medidas sanitarias para aislar a los enfermos y se habilitó para personas sin recurso un hospital en el campo de Capuchinos y un lugar de convalecencia en el campo de los Mártires. Se reactiva el Hospital de la Segunda Aguada con un local para convalecientes. El Hospital Real establece un lugar de convalecencia en el Balón. Queda establecido que los epidémicos no ingresen esta vez en el Hospital de San Juan de Dios para que no contagien a los sanos.
El Ayuntamiento abrió suscripciones de limosnas para necesitados. El rigor del contagio duró dos meses y en el mes de noviembre declinó. Se calculó que el número de contagiados llegó a 9.553, con 7.280 curaciones y 2.273 fallecimientos. De estos últimos fueron 2044 varones, 201 hembras y 28 párvulos.1 El domingo día 18 de noviembre se canta con toda la solemnidad el Tedeum.

AÑO 1810
España está en guerra con Napoleón y la ciudad de Cádiz junto a la vecina Isla de León se encuentra asediada por las tropas francesas. Hay un gran movimiento con afluencia constantes de buques, ya que el dominio del mar corresponde a la flota británica, nuestra aliada. Con la llegada constante de refugiados hay una superpoblación. Se sospecha que hay un foco infeccioso en los pontones de prisioneros franceses de la escuadra derrotada del almirante Rosilly y los doctores Mellado y Aréjula comienzan a tomar las precauciones correspondientes en el mes de marzo de este año. Está prevenida la Junta Provincial de Sanidad. En Cádiz, se han concentrado parte el ejército nacional y las tropas inglesas aliadas.
El día 11 de septiembre aparece la epidemia, siendo las primeras contagiadas dos mujeres que vivían juntas en el colegio de Santa Cruz y después muere un vecino. Es informado de ello José María Lila, diputado de Sanidad. Se dan nuevos casos en el barrio de Capuchinos y el contagio se extiende por cárceles y hospitales. El doctor Bartolomé Mellado sospecha de este tipo de contagio y es el primero en diagnosticar la enfermedad, y se lleva a cabo un plan preventivo. Es posible que haya enfermos en posadas y casas públicas. Se ordena que los contagiados que no estén con sus familias sean llevados al hospital. Se ordena a parroquias y conventos que sus sacerdotes no salgan a confesar ni a dar auxilios espirituales, aunque si pueden hacerlo aquellos que sufrieron el contagio en las anteriores epidemias y se curaron. Los forasteros no pueden salir a la calle, a no ser que haya un motivo de fuerza mayor. Prohibido las visitas en los domicilios donde haya un enfermo.
Cádiz recuerda las epidemias de 1800 y 1804. No obstante, algunos médicos piensan que no es el mismo caso que las anteriores porque esta epidemia se muestra más benigna. Mellado piensa que este hecho se debe a cierta inmunidad adquirida por los gaditanos. Aréjula y otros creen que se trata de un mal endémico en Cádiz, pero que ha proporcionado la inmunidad correspondiente. El problema es que empiezan a confundirla con el tifus. El propio Mellado designa en alguna ocasión la enfermedad como “tifus maligno”.
La sanidad gaditana comienza a preocuparse porque falta agua corriente y se utiliza con mucha frecuencia agua procedente de pozos y aljibes que también sirve para regadíos de huertas. Por otra parte se toma mariscos obtenidos de rocas cercanas a desagües de la  ciudad.
En los últimos días del mes de octubre ha aumentado el número de fallecidos y los diputados, que comienzan a trasladarse a Cádiz, piensan ahora en hacerlo a un lugar más seguro. El día 6 de noviembre, Ramón Sanz, representante de Cataluña, ha fallecido, victima del contagio. El día 20, el Congreso se reúne y el diputado Oliveros propone que se nombre una comisión de tres facultativos con el fin de averiguar las causas de la enfermedad y comprobar por fin si se debe a la intervención de “miasmas pútridas” o a algún germen. El Congreso está preocupado por la llegada de buques procedentes de distintos puertos que pudieran estar infectados y que en muchos casos no cumplían con las leyes sanitarias.
El día 28 de noviembre es acordado de que se una a la Junta Local de Sanidad el prestigioso facultativo madrileño Rafael Costa. El doctor Mellado informa que debe quemarse las ropas del enfermo. También se piensa en el empleo del muriático oxigenado. Lentamente el mal va disminuyendo y con el frio de diciembre desaparece.
Mellado ha observado que la enfermedad ataca preferentemente a los hombres del norte, a obesos, robustos y corpulentos, y a los de carácter melancólico, siendo en cambio muy benigna para las mujeres de genio alegre y para los naturales de Cádiz. Mellado habla de “efluvios malignos” como responsables del contagio. Este se produciría por falta de ventilación, por roce con el enfermo o por respirar su atmósfera, por alguna predisposición individual, y por otras muchas circunstancias ignoradas.
En cuanto a los métodos de curación, Mellado afirma que “curar es cuidar y sanar es poner bueno”. Muchos médicos intentan excitar el sudor y el vómito, además de promover las evacuaciones. Se preocupan en elevar la moral del enfermo, a pesar de la dificultad existente en aquellas circunstancias. Mellado no es partidario de excitar el sudor porque piensa que este método no es totalmente necesario para sanar y puede conseguir la sudoración por medios naturales, con una habitación templada y con el enfermo quieto, con una alimentación a base de caldos calientes. Tampoco acepta el provocar vómitos. Se muestra enemigo de los laxantes, lavativas y purgantes, así como del uso de la quinina, éteres, cáusticos y otros preparados habituales. Es partidario de seguir una metodología pasiva con quietud, pocas visitas, menos preguntas, mucho aseo, algunas tazas de infusión muy ligeras con te o manzanilla, muy poco caldo y dado de tarde en tarde, si le repugna, algún trago, una lavativa al día si el paciente no ha obrado, y lo más importante será en tener un cuidado especial en sacar del cuarto inmediatamente “los secretos”. Renovar el aire cada tres horas, haciendo que antes se tape bien el enfermo.
Hay que evitar por todos los medios disponibles la propagación de la epidemia. Los enfermos, aislados en sus casas, se colocan en miradores o ventanas y toman el sol tras los cristales. Además, están entretenidos.2



Soldado del Batallón de Voluntarios de Cádiz. R Garófano y J.R. Páramo. La Contitución Gaditana de 1812.
Ilustración IX.


AÑO 1811
Cádiz se ha convertido en la sede del gobierno de España, representando un gobierno liberal, elegido por el pueblo. Se pretende contar con la opinión de los españoles y hay una renovación de la prensa local. De esta manera se trata de poner fin al Antiguo Régimen y sustituirlo por instituciones democráticas que deben marcar la aparición de un mundo moderno.
En el verano de este año aparece de nuevo el peligro de una epidemia y las autoridades sanitarias de la ciudad recomiendan que se ponga en marcha el plan del año anterior. El 20 de junio se reúnen las Cortes y el diputado Sr. Vera propone que el Congreso vuelva a la Isla de León. Enferma el teniente general Ramón de Castro y se piensa que puede padecer fiebre amarilla, pero se comunica con informe médico que padece una “calentura pútrida”. No obstante, se informa a la Comisión de Salud Pública y el día 4 de julio es leído el informe, afirmándose de que no se puede asegurar que no aparezca la epidemia desde el mes de agosto en adelante, pero que en aquellos momentos no existía.
Se piensa que es necesario aligerar de gente la ciudad para disminuir el riesgo de contagio y que las Cortes decidan si es conveniente el traslado a la Isla de León. A pesar de ello, esta idea no es compartida por todos los diputados. La prensa comunica el número de fallecidos y la población está muy preocupada.
Comienzan a llegar noticias de que Cartagena de Levante padece una epidemia y los buques que proceden de este puerto quedan inmediatamente incomunicados. La prensa dice que es necesario contar con un lazareto.

AÑO 1813
Comienzan a correr los rumores por la ciudad de que ha aparecido una nueva epidemia pero se trata de ocultarlo con el fin de no crear falsas alarmas y evitar la desmoralización de la población. El día 10 de junio, fallece el diputado por Puerto Rico Ramón Power, victima del contagio por la fiebre amarilla, a los 38 años de edad. Pero, hay que esperar al 16 de septiembre para que se confirme la existencia de esta enfermedad. Pocos días después mueren los diputados: Mexía Lequerica, Company, Luján, y Vega Infanzón. Las Cortes deciden trasladarse a la Isla de León.

AÑO 1819
Cundió la noticia por la ciudad de que en la vecina San Fernando se habían presentado algunos casos de fiebre amarilla. El proto-médico Francisco Flores Moreno se traslada a esta última para informar de la situación, el cual a su regreso informa a la máxima autoridad militar de la plaza, el teniente general Blas de Fournás, del mal que sufre la ciudad vecina y que ponía en peligro las inmediaciones y peligraba la situación del ejército expedicionario. Fournás ante de comenzar a tomar decisiones alarmistas prefiere nombrar una comisión para que se dirija de nuevo al lugar de la posible epidemia. Cuando esta comisión, presidida por el Doctor Flores Moreno llega a San Fernando, a pesar de visitar bastantes casas, no encuentran enfermos afectados por el mal. Pero esto no era cierto y las familias de las victimas huían de su domicilio. La epidemia llega a Cádiz. Se saca de la ciudad todas las tropas, quedando solo el regimiento de Soria para guarnecer la plaza. Se había formado con las tropas un cordón sanitario desde Algeciras a Sanlúcar de Barrameda, bajo amenaza de pena capital al que osase burlarlo. Por consejo de Fournás, el capitán general de Andalucía Felipe Calleja, conde de Calderón, deja Cádiz para establecer el cuartel general en Arcos de la Frontera.
1). Adolfo de Castro. Tomo I, pp. 550-551.
2). Ramón Solís, p. 353.


Plaza de San Antonio en el siglo XIX. J. Laurent. Caja de Ahorros de Cádiz.



BIBLIOGRAFÍA

CASTRO DE, A. Historia de Cádiz y su provincia. Imprenta de la Revista Médica. Cádiz, 1858. Excma. Diputación Provincial de Cádiz. “La Voz”. San Fernando. Cádiz, 1985.
GARÓFANO SÁNCHEZ, R. PÁRAMO DE ARGÜELLES, J.R. La Constitución Gaditana de 1812. Tercera Edición, 1996. Diputación de Cádiz. Ingrasa. Puerto Real (Cádiz), 1987.
SOLÍS, R. El Cádiz de las Cortes. Silex. Madrid, 1987.


Cádiz. Bateria de San Carlos. Postal

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