La fiebre amarilla en la Isla de León-San Fernando
Año 1800
Ante las alarmantes noticias que
llegan del vecino Cádiz se reúne una Junta de Sanidad del Departamento,
constituida por médicos de marina y facultativos locales cuya reunión tiene
lugar el 22 de agosto de este año y se toman una serie de medidas
higiénico-sanitarias que se creen imprescindibles, como limpieza de todas las
calles, encalado de las viviendas y edificios, retirado de basuras y restos de
animales sacrificados, uso de aguas puras y frescas mezcladas con vinagre para
el riego. Hacer “candeladas” para enrarecer y perfumar la atmósfera. Para
limpieza y aseo de las calles se adquieren 6 carros y 24 palas.
Se establece controles sanitarios
militarizados a la entrada de la ciudad; en la carretera que viene de Cádiz,
desembocadura de Caño Herrera, Fadricas, Puente Suazo, Arsenal de la Carraca y
Caño de Zaporito. Se establecen multas de 50 ducados o diez días de cárcel para
los que se salten estos controles. Es necesario abrir por carretera un camino
para que la gente que fuera en tránsito a otros lugares no se acerque al
pueblo. Se prohibía la venta y consumo de melones, sandias, pepinos, cerdo y
tocino.
El pueblo queda dividido por
barrios, los cuales son atendidos por caballeros capitulares, quienes tienen la
obligación de controlar el número de enfermos, vigilar la asistencia médica a
enfermos pobres, y velar por el traslado de los cadáveres a los depósitos.
En la Junta de Sanidad
intervenían los regidores Juan Josef Salomón, Juan Serrano y Carriola, y Juan
Diego Gil. Como presidente, Juan Antonio Aldama. Un problema que se presentó fue la conducción de cadáveres al
cementerio y se determinó que se hiciera en las horas del amanecer o del
anochecer, y el carromato se dirigiría a la capilla de Nuestra Señora de la
Salud. Se decide habilitar dos capillas provisionales en ambos extremos de la
villa, el del Santísimo Cristo de la Vera Cruz y la de Nuestra Señora de la
Salud.
Los enfermos comienzan a llegar
al Hospital de San José, de la villa, y los vecinos comienzan a donar jergones y
colchones de lana. Se improvisa un camposanto frente a la casería del Pedroso,
en unos terrenos que habían pertenecido
a los jesuitas. El vicario y administrador del hospital de San José, que es Francisco
Castañedo, manifiesta que no tiene disponibilidad para el depósito de cadáveres
ya que el corralón del centro ofrece dificultades. Hubo contagio del barrio
colindante. En septiembre aumenta el número de fallecimientos y el día 15 de
este mes se declara a San José, Patrono de la Villa.
Se habilita casas-hospitales
entre las caserías y se toma como enfermería provisional el Hospicio de Nuestro
Padre San Francisco. La Armada pone en disposición el Hospital de las Anclas.
Debido a las hostilidades con Inglaterra, ante el peligro de un ataque por
parte de la escuadra británica, se habían concentrado en la villa 6.000 soldados
de infantería y 1.000 de caballería.
El Hospital de San José de la
Villa había surgido gracias al afán de caridad del obispo de Cádiz fray Thomás
del Valle, muy vinculado a la Isla de León. Comenzó a funcionar en 1768, con un
solo piso que albergaba 80 camas para hombres y 24 para mujeres, y un servicio
de urgencias instalado en el pórtico. Al principio era solo hospital de caridad
pero con el transcurso del tiempo tiene que amoldarse a las exigencias de la
población, llegando a realizar acuerdos con la beneficencia municipal, así como
con la marina y el ejército.
En este año de 1800, el Hospital
disponía de cuatro salas o enfermarías, tres para hombres; San José, San Rafael
y San Dimas. Una sala para mujeres; Nuestra Señora de los Dolores o Dolores. La
plantilla del Hospital de San José estaba compuesta por un médico-cirujano, un
practicante mayor, un segundo cirujano revalidado, un boticario, un ayudante de
boticario, un enfermero mayor, un enfermero comprador, un “demandante”, tres
mozos enfermeros, y un velador. Los auxilios religiosos eran atendidos por dos
capellanes, auxiliados por un sacristán. Había un administrador. Para
asistencia a las mujeres estaba la “Madre” o enfermera-mayor, ayudada por dos
enfermeras más. El servicio doméstico estaba constituido por una cocinera, una
despensera, una ayudante de cocina, una lavandera y una ayudante de lavandería.
1
En el Hospital fallece, victima
de la enfermedad, el boticario Lucas Carrasco. Trabajan en el centro los
facultativos: Juan Garavito, Manuel Vilches y Mateo Boto, junto al médico
militar Gaspar Pons, del Regimiento de las Órdenes Militares. Se suman dos médicos de la
Armada, los primeros cirujanos Francisco José Fernández y José Rivero, el cual
se contagió pero sobrevivió.
Faltan camas y la Marina habilita
el Hospital Provisional y Real de Infantes, con 200 camas destinadas a la
tropa. Este centro es atendido por dos cirujanos de la Armada y uno particular,
ayudados por un practicante mayor y dos menores.
La cifra que se dio sobre la
mortalidad fue de 4.000 muertos.
Francisco Xavier Riedmayer pintó un cuadro alegórico a este fatal episodio que
se conserva en el Museo Histórico Municipal de San Fernando. Sin embargo,
Alfonso de María da una cifra de 5.033 muertes y en el Arsenal de la Carraca se
considera que hubo 515 muertos, con los que la cifra ascendería a 5.548, el
número de fallecidos. Los meses de septiembre y octubre constituyeron los picos
más altos de la epidemia y ya en noviembre se observó una disminución de
ingresos en el Hospital de San José. A pesar de ello, en el mes de diciembre
todavía había enfermos ingresados. En el mes de octubre, en la Iglesia Mayor
Parroquial de San Pedro y San Pablo y de los Desagravios, se llevó a cabo una
función religiosa para realizar la encomendación de esta villa al
patriarca San José, como estaba previsto hacerlo, actuando como notario
eclesiástico Pedro Alcántara Gavín.
Hay constancia que durante los
meses de agosto y septiembre se utilizó para los tratamientos un gran número de
“sanguijuelas” para hacer sangrías. También fueron utilizados vomitivos y
purgantes, antimoniales, lavativas de agua salada, vinagre, aceite, tinturas de
quina y opio, bebidas aciduladas, vejigatorios y los sinapismos.
Durante el tiempo que duró la
epidemia, la institución suministró comidas; los “pucheros”, y medicinas, para
los enfermos ambulatorios. Por su parte, el Ayuntamiento en cabildos sucesivos
lleva a cabo diligencias para socorro de enfermos pobres y convalecientes, al
tiempo de que hace informes de méritos contraídos por médicos, regidores y
religiosos, durante la epidemia.
Tuvieron buena fortuna en el
transcurso de la enfermedad los regimientos de Guardias y de María Luisa,
acampados muy cerca de la Isla, los cuales tuvieron pocos contagiados. Sin
embargo, los regimientos de Milicia, venidos de Sevilla y pueblos de la costa,
a pesar de estar acampados fuera de la población, sufrieron mucho el mal.
Hospital de San José. Dibujo de portada de Juan Antonio Lobato.
J.M. García-Cubillana. El Hospital de San José de la Isla de León.
Año 1804
Cuando hay noticias del brote de
la terrible enfermedad en Málaga, se constituye en la Villa una Junta de
Vigilancia Sanitaria. Se decide establecer un bloqueo marítimo con el fin de
impedir que por el caño de Sancti Petri lleguen embarcaciones procedentes de
Almería y Algeciras. Se habilitan nuevos lazaretos en las caserías de
“Albelda” y de “Cetina” para casos sospechosos. Además, se utiliza el de la
Casería de Infantes para la cuarentena de tropas procedentes de zonas
infectadas. El capitán general de la provincia, Marqués de la Solana, había
impuesto la observación de la cuarentena y el Ayuntamiento envió a inspeccionar
los establecimientos a su facultativo Mateo Boto.
En el mes de septiembre comienzan
a ingresar en el Hospital de San José soldados con sospecha de la enfermedad,
pertenecientes a los regimientos de Texas, Murcia, Jaén, Órdenes Militares, y
Batallones de Marina. Dan conocimiento de ello los médicos Juan Garavito y
Manuel Rivero. En el mes de octubre aparecen casos sospechosos en algunos
domicilios particulares de la calle del Auditor de Marina del Departamento y en
una casa de la calle Dolores, habitada por un oficial de los tercios, y la
información la da el Dr. Juan Garavito
La Armada se ve en la necesidad de
improvisar un nuevo hospital-lazareto y será el Real Hospital Provisional del
Puente Suazo, el cual permanece en funcionamiento hasta el mes de febrero de
1805. García-Cubillana piensa que pudo estar situado en un almacén de la Puerta
del Mar del Real Carenero.
Hay que fumigar todos los géneros
procedentes de Cádiz y en el cordón sanitario se emplean tropas de Marina. En
enero de 1805 comienza a suavizarse la incomunicación pero hay algún caso de
contagio. En la calle del Rosario, en la casa habitada por el ayudante mayor de
los tercios de Texas, fallecen infectados por el mal cuatro o cinco individuos.
Se tomó la medida de “purificar y desinfeccionar”. El 10 de octubre, el Marqués
de la Solana declaró terminada la epidemia y se celebró un Te Deum en la Iglesia
Mayor Parroquial.
Hubo muchos fallecimientos entre
los soldados de los tercios de Texas y Nápoles, artilleros de marina, marineros
y soldados de batallones de marina. Además, operarios del arsenal de la Carraca
y de la población militar de San Carlos.
La escuadra inglesa, vigilante,
permitía tener abierto el paso de barcos con transporte de víveres para el
suministro, no así para el paso de tropas. Las panaderías de Zimbrelo y
Conejero, junto a otras, elaboraron el “pan del soldado”, con la colaboración
de mujeres de la población. Muchos hombres iban por leña para cocinar.
Aparecieron las “cantinas volantes” para suministrar vinos y licores. Los
vecinos entregaron colchones de lana y jergones para los hospitales.
Año 1810
Hay un gran movimiento de tropas
con la llegada del ejército del duque de Alburquerque, a las que se le suma el
ejército anglo-portugués. El 24 de septiembre, se celebra el acto inaugural de
las Cortes en la Iglesia Mayor Parroquial, con el juramento, para continuar en
procesión al teatro que hoy en día lleva su nombre.
Algunos facultativos pensaron que
esta epidemia era de tifus exantemático cuando aparecen noticias alarmantes
desde Cádiz a comienzos del verano de este año. En el mes de septiembre
comienzan a ingresar enfermos en el Hospital de San José, muchos de ellos
soldados. Entra en vigor el “Reglamento General en defensa de la salud
pública”, que se había redactado el 7 de abril, interviniendo en su elaboración
los doctores Juan Manuel Aréjula, Bartolomé Mellado y Antonio Frauserí, en
Cádiz. En la Isla manda cumplimentarlo Diego de Alvear, capitán de navío de la
Armada, que ejerce el cargo provisional de gobernador militar de la villa. La
Junta de Sanidad local se preocupó de dictar mediante bandos, normas de salud
pública con especial interés para
hospitales, lazaretos, cuarteles, y cárceles. Bajo el epígrafe de “Reglas de
Policía”.
El día 21 de octubre, los médicos
Garavito y Vilches, denuncian que en la calle San Juan de Dios nº 34, se ha
observado un enfermo con los mismos síntomas de la epidemia de 1800. Al mismo
tiempo, Mateo Boto declara la sospecha clínica en un mozo del café frente a la
Iglesia.
La Villa cuenta en esta ocasión
con un nuevo centro hospitalario, se trata del Hospital Militar de San Carlos
que había abierto sus puertas en el mes de febrero del año anterior, dirigido
por Antonio Alfaro, ayudante de embarco del Cuerpo de Profesores Médicos de la
Armada. Bajo su mando había médicos-cirujanos de la Armada, médicos y cirujanos
del Ejército, médicos particulares y dos médicos militares franceses
prisioneros con varios practicantes militares de la misma nacionalidad.
Una cuarta parte de los pacientes ingresados
entre este mes y el de diciembre, fallecieron. Falleció el diputado por
Barcelona, Ramón Sanz y Sánchez de Baturel, el día 7 de noviembre. La población,
desde 1809 contaba con dos cementerios que cumplían con las condiciones
exigidas. El de Casa Alta, en funcionamiento desde 1804, y el de San Carlos, en
la población militar, también conocido por el cementerio de los franceses y de
los soldados, porque inicialmente se había destinado a inhumaciones de
prisioneros franceses y después se enterraron en el, los fallecidos en el
hospital militar; soldados, marineros, y trabajadores del Arsenal, así como del
propio centro. Había otro camposanto que podría ser utilizado en caso de
necesidad, el del Pedroso, clausurado en 1803 por no reunir las condiciones
adecuadas ya que sufría inundaciones con las lluvias. El Arsenal contaba con el
Camposanto del Real Hospital de la Carraca.
Primitivo Hospital de San Carlos. Edificio de la izquierda. Academia de San Romualdo.
Fotografía de Isidoro López Ruiz en 1955. Archivo de Ángel López González.
AÑO 1819
El día 9 de julio de este año
aparecen noticias de una nueva epidemia de fiebre amarilla y se reúne la Junta
de Sanidad Local, presidida por el alcalde de la ciudad, Ignacio Yáñez
Ribadeneira, acompañado de los médicos titulares de Sanidad y del Hospital de
San José: Juan Garavito, Manuel Vilches y Mateo Boto. Se trata de adoptar las
medidas sanitarias correspondientes a la situación que puede presentarse.
Aparecen los primeros casos y es convocada una nueva Junta, ampliada con
médicos militares; Juan Ignacio Cerdá, destinado en artillería de Marina, Luis
Cortés del depósito de infantería de ultramar, Pedro Pasos del batallón de
infantería de Marina, Ramón Martínez que es médico-cirujano del Hospital
militar de San Carlos y civil de San José, y Juan Raud de la Real Armada.2
En los primeros días de agosto se
traslada a San Fernando una comisión de la Suprema Junta de Sanidad, con el fin
de reconocer el barrio del Cristo, debido a que había noticias de que en el
lugar había aguas cenagosas y estancadas, donde se lavaba la gente pobre. La
comisión informó de que en los hospitales de San Carlos y San José existían
varios enfermos afectados de “tifus icteroides” que era como se le conocía a la
fiebre amarilla. Se ordena a continuación la incomunicación de la ciudad.
Son bloqueadas las entradas del
Puente Suazo, Caño Herrera, Canteras, Casería de Osio, Paso de la Barca y Caño
de Zaporito. Se realiza un bloqueo de la ciudad pero tres días después esta
medida se suaviza y se permite el abastecimiento de carne, mediante la entrada
de ganado, al Hospital de San Carlos y al mercado. Se autoriza a los molinos de
marea de Caño Herrera, Zaporito y San José, llevar a cabo la molienda del
trigo.
El Real Colegio de Cirugía de
Cádiz destina a la ciudad al profesor Rafael Luis Ameller y al primer médico
José María Sierra. Más tarde aparece Miguel Cabanellas, inspector nacional de
epidemias y experto en fumigaciones con el gas ácido-muriático, pero que por
alguna razón no fue empleado.
En el Hospital de San José se lleva
a cabo la limpieza de salas, encalado de paredes, renovación del lienzo de los
colchones y lavado de la lana, entre otras medidas. Se crearon hospitales de
convalecientes en el cuartel de San Carlos y en el Puente de Suazo, llamado de
San Caralampio.
La Junta Superior de Sanidad
Provincial llevará a cabo una ampliación del cordón sanitario, estableciendo
una primera línea o cordón sucio, una segunda o cordón limpio, y una tercera o
de observación. Pero este cordón estrangula la economía y la vida en la
población. Aparece una nueva epidemia, la del hambre. Cuando a primeros de
octubre la epidemia decrece, se permite el paso de ganado y alimentos. El día 3
de noviembre se declara el final del contagio.
La fiebre amarilla en el Arsenal de la Carraca.
El Arsenal de la Carraca, situado
en la bahía gaditana, en lugar profundo y abrigado, y defendido militarmente
con buenas fortificaciones, cumplía con
las debidas condiciones que se les pedía a los arsenales de la época. En su
interior se alojaba una nutrida población compuesta por personal militar y
civil, relacionado con los trabajos propios. Se habían construido una iglesia y
un hospital. Contaba con la prisión de Cuatro Torres y un cementerio.
AÑO 1800
Se cree que el contagio llegó a
través de una fragata que había arribado al arsenal para ser desarmada y en la
cual habían perecido varios hombres, siendo evacuados algunos enfermos a su
hospital. El 18 de agosto muere el primer contagiado y hasta final de mes
mueren otras ocho personas. En los primeros días de septiembre fallecen 32
enfermos. Entre los presos del penal de Cuatro Torres hubo 154 muertes.
Entre los fallecidos hubo
miembros de numerosas familias que vivían en el astillero, con párvulos de
pocos meses de edad, así como operarios civiles, tejedores de lona, carpinteros
“de ribera” y otros. Religiosos franciscanos descalzos y capellanes de Marina.
Militares del Ejército y de la Armada. Boticarios y practicantes.
La enfermedad comenzó a declinar
a finales de noviembre. En el hospital de la Carraca se registró 540
defunciones, según datos de la parroquia, recogidos por García-Cubillana. A
pesar de que Alfonso de María declarara que fueron 515 los fallecimientos.
Primitiva entrada al Arsenal de la Carraca. J.Quinano. San Fernando, p. 302.
AÑO 1804
El Ayuntamiento de la Isla de
León había instalado sus lazaretos y no se utilizó el hospital de la Carraca.
AÑO 1810
El hospital y el penal de Cuatro
Torres fueron evacuados ante el riesgo de bombardeo de las baterías francesas,
apostados en Puerto Real. No hay datos de afectados por la enfermedad.
AÑO 1819
El hospital de la Carraca estaba
conceptuado como un hospital provisional “de sangre” o de primeros auxilios
pero la Armada se ve en la necesidad de utilizar este centro como hospital de
plaza. En la segunda quincena del mes de agosto fallecen 14 pacientes en el
arsenal y entre esta y segunda semana de noviembre fallecen 417. 3
Entre la población residente en
el arsenal se encuentra el regimiento de infantería ligera Valencey, el cual
tuvo 101 fallecidos. También entre los fallecidos hubo marineros, grumetes,
rondines, artilleros de mar, presidiarios, aserradores, peones, carpinteros “de
ribera”, escribientes, maestros sangradores, enfermeros, capellanes, etc.
1). García- Cubillana, pp. 192-193.
2). Clavijo, p.548.
3). García-Cubillana, epidemia de
1819.
Arsenal de la Carraca. Puerta del Mar. Academia de San Romualdo.
Fotografía de Isidoro López Ruiz en 1945. Archivo de Ángel López González.
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GARCÍA-CUBILLANA DE LA CRUZ, J.M.
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Arsenal de la Carraca. Fachada y puerta de entrada de la Enfermeria en la actualidad. Autor
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