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lunes, 4 de mayo de 2020

III. APUNTES SOBRE LA FIEBRE AMARILLA EN CÁDIZ Y SU PROVINCIA


La Fiebre amarilla en nuestra época

Gracias a las nuevas tecnologías de que disponemos hoy en día, tenemos conocimientos mucho más amplios y precisos acerca de esta enfermedad. Sabemos que para que se produzca su propagación, igual que ocurre con otras enfermedades infecciosas, es necesario la concurrencia de tres factores. Presencia del agente causal, existencia del vector transmisible, y una población susceptible de enfermar. El agente causal es un virus de la familia Flaviviridae y la componen setenta especies. Se trata de un virus ARN, con genoma lineal y no fragmentado, sensible al calor y a la desecación. Es patógeno para el hombre y cierta especie de monos africanos y sudamericanos.
El vector es el Aedes aegypti que traducido literalmente significa enemigo de Egipto. Este mosquito también es responsable de la transmisión del Dengue. Pertenece a la familia de los Culícidos o Culicidae y a la tribu Aedini. En Europa hay ocho especies. Tras la segunda Guerra Mundial, en una campaña de erradicación de la Malaria que condujo a acabar con el mosquito Anopheles, su transmisor, se acabó al mismo tiempo con el Aedes aegypti en todo el Mediterráneo. En España se tiene noticias de que la última captura fue en 1953.1 No obstante, el transmisor puede volver a aparecer como se demostró en Holanda. Se supone que el mosquito fue introducido en América por transporte de sus adultos, huevos y larvas.
En la transmisión se ha comprobado la existencia de un ciclo selvático y un ciclo urbano. En el primero el virus infecta a primates y otros mosquitos. En América, el vector selvático es el Haemagogus janthinomys y en África es el Aedes africanus. En la selva, uno de estos mosquitos puede picar a la persona que realiza en ella alguna actividad. Si el enfermo llega al área urbana, puede haber otro mosquito que participe en el ciclo urbano humano-humano.
Cuando un mosquito pica a un enfermo de fiebre amarilla, si este lleva de uno a tres días de fiebre, correspondiente a la fase de viremia, el virus pasa al intestino medio de la hembra del insecto y allí se replica. Posteriormente pasa a las glándulas salivares del mosquito, donde se sigue replicando. Este mosquito ha quedado infectado para toda su vida, la cual dura de 2 a 4 meses. Los huevos pueden también quedar infectados.


   De Culiam Generatione. Diego Reviglias. Acta Phisico-Médica IV, 1737. Norimberga
Uriach. El grabado en la Historia de la Medicina. Etiopatogenia.


En cuanto a la patogenia de la enfermedad se ha descubierto que cuando el mosquito infectado pica a una persona, el ADN del virus se replica en los tejidos locales y en el sistema reticuloendotelial y a continuación tiene lugar la fase de viremia en la que es infectado el resto de los órganos, incluyendo el músculo liso, corazón y páncreas. Y en estos órganos va a continuar la replicación viral que debido a una diseminación hematógena se concentrará en el hígado.
En los casos más graves va a producirse un fallo hepático que llevará a un shock que junto a trastornos electrolíticos y del equilibrio ácido-base llevan a un fatal desenlace. Puede afectarse el riñón con necrosis tubular y anuria. La afectación del hígado conduce a la aparición de ictericia. Por otra parte, el fallo hepático con disminución de la vitamina K llevará a la producción de hemorragias que se manifiestan como petequias y hemorragias masivas. Habrá efusiones hemorrágicas en serosas, aparato digestivo, pulmón y bazo. Continuará la patología con una degeneración grasa de los órganos por alteración del protoplasma celular.
Clínicamente vamos a distinguir una forma leve de la enfermedad con escasa sintomatología y solo se sospecha si esta ocurre en una zona endémica o en el curso de una epidemia. Destacará de todos modos un comienzo brusco con fiebre elevada, escalofríos y cefalea. Además; puede haber mialgias, nauseas y vómitos. Comprobación de albuminuria. Suele durar alrededor de tres días y desaparece sin dejar complicaciones.
En la forma grave o clásica; después de un periodo de incubación entre 3 y 7 días, aparece también fiebre elevada, escalofríos, cefalea, mialgias, nauseas y vómitos. Además, puede haber epistaxis y gingivorragia. Después de un corto periodo de remisión de la fiebre, esta aparecerá de nuevo con síntomas alarmantes en donde hay ictericia llamativa y signos de insuficiencia hepática o renal. Epistaxis abundantes y gingivorragia grande. Puede observarse un punteado hemorrágico en el paladar blando. Hematemesis con sangre negra y coagulada, por esto fue conocida como “vómito negro”. El paciente llega a una deshidratación con alteración iónica y del equilibrio ácido-base, como hemos comentado.  
El diagnostico se realiza mediante el hallazgo del virus en sangre o suero, durante los cuatro primeros días de la enfermedad, en la fase de viremia o bien en líquidos biológicos y tejidos. Aumento cuatro veces de anticuerpos en pacientes sin historia reciente de vacunación. En la fase de convalecencia, la IGM estará alterada.
El tratamiento es sintomático con oxigenoterapia suplementaria. Además, controlar el balance de líquidos y el equilibrio ácido-base. Soporte circulatorio. En ocasiones puede ser útil la transfusión sanguínea o la hemodiálisis.
La profilaxis consiste en el control y la erradicación del vector. La vacuna 17D con virus atenuados, la cual antes de diez días otorga inmunidad en más de los 95% de los vacunados. Se calcula que el efecto de esta vacuna dura 10 años. Evitar picaduras mediante ropa protectora, repelentes y redes.
Un hecho importante es la inmunidad que queda en aquellos individuos que han superado con éxito el contagio y padecimiento de la enfermedad. En estos pacientes curados, el hígado se recupera totalmente y sin fibrosis residual. Una vez recuperado el paciente le queda inmunidad de por vida e incluso se ha comprobado que las infecciones leves y asintomáticas de las áreas endémicas también dejan inmunidad. En cambio, una población puede ser escasamente inmune cuando nunca ha padecido la enfermedad o ha pasado un tiempo muy largo de la última epidemia. Solo los ancianos del lugar serán inmunes y este hecho ocurrió en muchas epidemias.

1). Blanco Villero, p. 108.


Vacunación en el Ejército francés. Alfred Touchemolin. Medicina Militar 2004; 60 (2), p.79.

El “vómito negro” del  pasado  

No cabe la menor duda de que en el siglo XIX, del que en breve nos ocuparemos, las circunstancias iban a ser muy distintas. El ilustre profesor médico Pedro María González afirmará: Tengo sobrados fundamentos para sospechar que esta enfermedad se comunica y propaga por contagio. Observó también que en la epidemia de Cádiz de 1800 se libraron de padecer la enfermedad los que la habían padecido anteriormente y se habían curado, muchos de ellos la padecieron en América.
Descubre que los enfermos padecen debilidad muscular, laxitud o cansancio, mareo y dolor de cabeza. Además; síntomas de dispepsia, como flatos, eruptos, falta de apetito &c.; a estos preludios sigue de repente el frio interno o perfrigeraciones alternadas con mucho calor y dolores de cabeza, huesos y entrañas, vómitos, al principio de viscosidades insípidas, después biliosos y amargos; los enfermos se quejan de amargura o mal sabor de boca, de inapetencia absoluta, de dolor de estómago y nauseas; no tienen sed por lo común, y sienten mucho dolor en los ojos, especialmente quando los mueven hacia la parte superior o lateralmente.
Continúa describiendo signos y manifiesta que la lengua está húmeda, sucia y cubierta de sarro. Las conjuntivas están brillantes y en el primero o segundo día aparece el color amarillo como “ala de canario”. Dolor en ambos hipocondrios. La orina aparece con “nubécula”. La temperatura podrá remitir a las 24 o 48 horas, acompañada de sudoración o evacuación de vientre. Dentro del cuarto día, el enfermo podrá mejorar o exasperarse con abatimiento del espíritu y postración.
La cara se pone pálida y triste. Los vómitos son más continuos y varios; pues de pituitosos o amarillos pasan a verdes más o menos espesos y otras veces se presentan como café o más oscuros. El enfermo, aunque sea vigoroso y robusto, casi no puede moverse de la cama. Están somnolientos, deliran y rechinan los dientes, dan gritos. Temblor en las manos. Voz aguda o ronca. Hipo. Aftas en garganta. Hemorragias por nariz y encía. Los cadáveres quedan amarillos y amoratados, y suelen arrojar sangre muy negra por la boca.
Algunos se quejan de ardor en esófago y dificultad de tragar. Dolor en precordio. Hemorragias en uretra, ano y vulva. En ocasiones hay delirio y el enfermo grita y se arroja de la cama. Pulso débil, pequeño y desigual.
Observa que suelen afectarse los jóvenes y adultos vigorosos y suele respetar a niños, mujeres y viejos. También manifiesta que es muy raro que aparezca por segunda vez a los que la han padecido. Los licores y los placeres desordenados del amor disponen a contraerla, como también los  excesos en la cantidad y calidad de los alimentos, los relentes nocturnos &c.
Asevera que en general la enfermedad es contagiosa y peligrosísima pero hay casos particulares en que no está acompañada de riesgos y se supera con facilidad. Las remisiones son claras y el enfermo queda libre de calentura dentro del cuarto día. Por el contrario, si desde el principio aparece la cara “pálida e inmutada, obscura o lívida”, estos aspectos son siempre mortales y precursores del letargo.
Recomienda observar el estado de las fuerzas en todos los periodos de la enfermedad para establecer un “pronóstico acertado”. Piensa que las “epistasis o fluxo de sangre” por las narices es de buen pronóstico, así como son buenos los sudores generales y las evacuaciones de vientre; si se toleran bien.
La cara natural es muy buena señal en todos los estados de la calentura; y la orina de color de café es favorable en todos los periodos finales, y con especialidad en el principio del tercero, crítica quando parece después de disipada la enfermedad y sus síntomas.
Dice que en los primeros días de la invasión conviene el vómito para evacuar los materiales impuros contenidos en “la primera vía”, pero después de las primeras horas no es tan fácil este remedio por la irritabilidad del estómago y se puede promover la evacuación con abundante "bebida diluente".
Desde el principio del mal son convenientes los enemas para evacuar los materiales contenidos en el intestino grueso y promueven el movimiento peristáltico, que por lo común se halla entorpecido en esta calentura: pueden ser de cocimiento de malvas con aceyte, sal o azúcar, de agua de la mar, de agua común y vinagre, de cocimiento de manzanilla u otros semejantes, según la necesidad de evacuar, atemperar o dar el estímulo necesario para promover el tono de las fibras intestinales.
Para mover el vientre recomienda el “crémor de tártaro” o la “pulpa de tamarindo”, diluidos en la bebida usual. Para el dolor de cabeza serán buenos los sinapismos reiterados o tostadas con vinagre, aplicadas a las plantas de los pies. En los dolores de huesos y en especial en los articulares se aplican las “embrocaciones tibias de aceyte de almendras dulces y vino blanco”.
Para la alimentación prescribe el pan sin huevos, crema de arroz, bizcochos, y algún poco de vino, si no hay causa que lo impida. En convalecencia se debe dar carnes tiernas de pichón, pollo y ternera. Frutas subácidas cocidas y sazonadas, y bizcochos. Así como vino sin exceso.
Para la debilidad que queda recomienda el empleo de quina en polvos, pero si el estómago está irritable no se tolera bien y es mejor la “tintura aquosa”.
Con el uso de cáusticos se intenta relevar la energía del cerebro; para lo qual se aplican como simples rubefacientes, evitando que levanten flictenas, cuya supuración continuada debilita sensiblemente a los enfermos.
En cuanto a la sangría, advierte que no conviene aplicarla en países cálidos y menos en esta especie de calentura maligna y perniciosa, pero los angloamericanos la aconsejan en el primer periodo de la fiebre. El uso de las “bebidas de nieve” y los refrigerios con el hielo fueron muy útiles en las epidemias de Cádiz de 1800.
Las hemorragias considerables se socorren con dosis crecidas de ácidos minerales y vegetales; y si están al alcance de los remedios externos, aplicando las fomentaciones frías sobre la frente, poniendo las manos en agua fría, e introduciendo en las ventanas de las narices lechinos humedecidos con vinagre, espíritu de vino, o con clara de huevo, y partes iguales de azúcar y alumbre pulverizado &c.
En general, recomienda que en la convalecencia, como el enfermo ha quedado postrado, conviene la tintura de quina, el “vino generoso”, bebido moderadamente. Alimentos nutritivos como carnes tiernas, mejor que vegetales y farináceos.



Placa dedicada al Maestro Consultor del Real Colegio de Cirugía de la Armada en Cádiz Pedro María González Gutierrez , colocada en el año 1878 en el primitivo Hospital de Marina de San Carlos de donde pasó al nuevo Hospital inaugurado en 1981 y fue colocada junto al Salón de Actos, en la planta 2ª. Autor.  

BIBLIOGRAFÍA

BLANCO VILLERO, J. “Sinopsis de la epidemia de Fiebre Amarilla de 1800 en Cádiz y su provincia con una referencia a Sevilla y Filadelfia”. Salud y enfermedad en los tiempos de las Cortes de Cádiz. Crónica Sanitaria de un Bicentenario. José M. Blanco Villero y Juan M. García-Cubillana de la Cruz (eds.). UCA, Sílex Ediciones. Madrid, 2013.
GONZÁLEZ GUTÉRREZ, P. Mª. Tratado de las enfermedades de la gente de Mar. Madrid en la Imprenta Real. Año de 1805.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, Mª. ROCA FERNÁNDEZ, J.J. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martínez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.
WIKIPEDIA. “Fiebre amarilla”. wikipedia.org/wiki. 17 de marzo de 2020.


       

 La habitación del enfermo. Pintura de Emma Brownlow en 1864. 
Roy Porter. Medicina. La Historia de la Curación, p.48,

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