Política de uso de cookies

martes, 30 de julio de 2019

REFLEXIÓN DE UN OFICIAL MÉDICO DE LA ARMADA ESPAÑOLA DE FINALES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX SOBRE LA ASISTENCIA MÉDICA EN LOS BUQUES DE GUERRA.


La experiencia vivida por el médico primero Juan Redondo Godino en el combate naval de Cavite, el día 1 de mayo de 1898, embarcado en el crucero Isla de Cuba, le llevará en 1904 a hacer una reflexión sobre la enfermería de combate y la asistencia médico-quirúrgica en la contienda, de la que podemos resumir los puntos más importantes.
En los últimos años se había cambiado de forma radical los servicios sanitarios en los buques; los antiguos navíos de línea y las fragatas de vela tenían mejor cubiertas las necesidades médicas y quirúrgicas que los acorazados y cruceros posteriores, y cuando un buque no tiene enfermería de combate, hay que improvisarla. En cambio, en la guerra todo tiene que estar previsto y ordenado con mucha anticipación, siendo este un asunto de tanta importancia que merece un estudio especial y una reglamentación apropiada. Las enfermerías de combate deben reunir tres requisitos esenciales:
 Situación estratégica que asegure una buena conducción de heridos.
Estar a cubierto de los fuegos enemigos.
Comunicación propia con baterías y cubiertas.
Se debe establecer varias enfermerías, así como aumentar el personal sanitario porque es insuficiente. La enfermería de combate debe ser para curas y cirugía de urgencia y el verdadero trabajo quirúrgico debe quedar para una vez finalizado el combate, en una enfermería ordinaria con sala de operaciones condicionadas. 
Sobre todo, una escuadra debe disponer de un buque hospital para cubrir esta necesidad.
En la enfermería de combate debe quedar en sitio resguardado el material quirúrgico y de curación para evitar ser destruido. Las cajas de curas repartidas por distintos puntos del buque no tienen valor, porque sólo pueden ser utilizadas por los médicos y practicantes.
Las enfermerías de combate deben quedar protegidas por la coraza del buque; alumbrada, ventilada y disponer de gran cantidad de agua potable. La capacidad de esta enfermería debe ser proporcional a la dotación del buque para que un 10% de esta pueda tener alojamiento en ella. Por la enfermería no debe pasar tubo de vapor ni aparato conductor de pólvora. Comunicación propia y apropiada con las partes superiores del barco con el fin de que pueda asegurarse una fácil conducción de los heridos, no debiéndose emplear los ascensores de municiones.
De este modo, las enfermerías de combate deben entrar en el plan de construcción del buque, siendo  proyectadas y distribuidas al mismo tiempo que se proyectan y distribuyen las distintas dependencias.

 
*). Roca Núñez et al, pp. 118-119.

BIBLIOGRAFÍA.
Redondo Godino, J. “Combate naval de Cavite: Impresiones de un médico”. Revista General de Marina. Madrid, abril, 1904.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martínez  Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 






Fragata Triunfo. Pintura de Bastida. Roca Núñez et al, p.94.

martes, 23 de julio de 2019

LA SANIDAD DE LA ARMADA ESPAÑOLA EN LAS EPIDEMIAS DE CÓLERA Y MALARIA DURANTE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX.

El cólera, oriundo de la India, penetra en Portugal procedente de Rusia, cerca de la mitad del siglo XIX. En España, se van a afectar aquellas provincias y regiones fronterizas; como Vigo, Extremadura y Huelva, y en la primera guerra carlista, las tropas combatientes contribuyen a distribuirlo por todo el territorio peninsular. Después, hubo varios brotes a lo largo del siglo. Se vio más tarde que la bacteria vibrio cholerae era capaz de producir una infección intestinal cuando penetraba en el organismo a través del agua y alimentos contaminados. El cuadro clínico consiste en dolor abdominal, acompañado de una diarrea acuosa y abundante, hasta 40 deposiciones diarias de un color blanquecino y con pequeños gránulos; “agua de arroz”, con vómitos, llevando todo ello a la perdida de iones, fosfatos y bicarbonatos. Se llega a la deshidratación, si no existen remedios adecuados, con un cuadro de shock, manifestado por hipotensión y oliguria; conduciendo a la muerte.
En la epidemia de cólera de esta época también pagan con su vida varios médicos de la Armada. Es el caso de Guillermo Gómez Nieto, natural del Puerto de Santa María, en Cádiz, siendo segundo médico de la División Naval del Sur en la zona de Zamboanga, durante el verano de 1882. Atendiendo a los enfermos afectados de cólera, contrae la enfermedad y a pesar de ello continúa prestando asistencia hasta que empeora y fallece el día 20 de julio de ese año. En un boletín de Medicina Naval de 1883, su compañero Benito Francia le dedica el siguiente epitafio: Murió curando. El Comandante General de Filipinas en escrito al Ministro de Marina, el 7 de agosto de 1882, expone: Con el más profundo dolor tengo la honra de participar a V.S. que a las once de la mañana del día de hoy 20 de julio ha fallecido de cólera asiático el médico segundo de la División Naval del Sur Don Guillermo Gómez Nieto, víctima de su abnegación y de su celo, llevados a un grado eminentemente heroico en el cumplimiento de sus deberes; también cumplo a mi deber hacer presente a V.S. que enfermo hacia algunos días, este brillante oficial médico de la Armada, continuó en su puesto, sin querer darse de baja, hasta ser acometido con rudo golpe de la misma epidemia que con tanta decisión, energía y caridad venia combatiendo. Mientras que el primer médico Joaquín Lorente y Aspiazu; a bordo del Patiño, un transporte de tropas habilitado como enfermería flotante, atiende a los enfermos de la epidemia colérica y por su actuación se le conceden la Cruz Blanca y la Cruz Roja del Mérito Naval. 
En 1865, Manuel Chesio que después fue Inspector General, intervino en abortar una epidemia a bordo del Vulcano que transportaba tropas, siendo recompensado por ello con las cruces de Epidemia y de Beneficencia. En 1885, Vicente Cabello Bruller se pone al frente del Hospital de Coléricos de Pueblo Nuevo del Mar en la provincia de Valencia, fundado por el Comandante de Marina de esta localidad. 
No podemos olvidar un brote epidémico que se declara en Cartagena en ese mismo año. La primera víctima fue una mujer ingresada en la Casa de la Misericordia, el día 13 de junio de aquella fecha. A raíz de ello se cerró la ciudad y se colocó centinelas en el recinto amurallado, se fumigaban viajeros y equipajes que pretendían entrar en la ciudad, quedando después un tiempo en observación. Se crea una Junta de Sanidad con un servicio médico constituido por cuatro facultativos titulares más otros tres escogidos. Se establece un hospital provisional de coléricos en la Iglesia de San Diego, junto a la casa de la Misericordia. Este hospital va a disponer de tres salas; para mujeres, hombres, y convalecientes de ambos sexos, y otra sala para casos dudosos que deben quedar en observación. Habrá un servicio de guardias para visitas domiciliarias y una brigada de camilleros para el traslado de enfermos al hospital, constituida por presidiarios. El director es el médico Arturo Massoti que además se hará cargo de la farmacia. Le acompaña un practicante, dos hermanas del asilo de la Misericordia, dos mozos de servicio, un administrador, dos cocineros y un capellán. Los medicamentos proceden del Hospital de la Caridad. Se detecta un brote en el cañonero Toledo, atracado en el muelle de Portmán, y después aparecen cuatro focos más; los tres primeros corresponden a distintos barrios de la ciudad y el último tiene lugar en el presidio que después de ser controlado, a los ocho días aparece un rebrote. Es cuando el comandante del penal solicita auxilio al capitán general del Departamento. El inspector de sanidad del Departamento, Félix Echauz y Guinart, organiza la asistencia médica, creando un hospital militar provisional en el Castillo de Despeñaperros, situado en unos de los cerros de la ciudad, pero al ser insuficiente se recurre al cuartel de Antiguones o Antigones. Al comienzo se dispone de un médico mayor para visitas y dos médicos segundos para guardias, a los que se le van agregando algunos facultativos más del hospital y del departamento, así como practicantes y personal de enfermería. Como director de este hospital provisional; el médico mayor Luis Gutiérrez Gamba, acompañado por una serie de médicos que encontramos en la siguiente relación:
Médico mayor Juan M. López Pérez. Médicos primeros: José Vega Elorduy, Enrique Nogués Polo, Antonio Cachá Arcolla, Federico Bassa Nicolau y Galo Calvo-Rayo García. Médicos segundos: Federico Montaldo Peró, Luis Vidal Teruel, José Botella Martínez, Miguel Peña Gálvez y Venancio Almazán García. Como coordinadores van a actuar: el subinspector de primera González Briones y el subinspector de segunda Joaquín M. Abella.
 En Guinea, el enemigo epidémico era el paludismo, al ser África una zona endémica, pero también había casos en América. El paludismo o malaria es una enfermedad causada por parásitos del género plasmodium, existiendo varias especies: P. falciparum, P. vivax, P. malariae, P. ovale o P. Knowlesi. Los tres primeros son frecuentes en el continente americano. La transmisión se realiza por diversas especies del mosquito Anopheles, aunque solo pican las hembras porque precisan alimentarse de sangre para madurar los huevos. El médico militar francés; Charles Louis Alphonse Laveran, en Argelia, descubrió parásitos en el interior de los glóbulos rojos de las personas infectadas. El cuadro clínico puede empezar con fiebre, escalofríos, cefaleas y sudoración, pudiéndose acompañar de nauseas, vómitos, tos, dolores musculares, o ser más alarmante con trastornos de la coagulación diversos; heces sanguinolentas, o aparecer de inmediato una ictericia. Al final; se puede llegar a un estado de shock con insuficiencia hepática y renal, trastornos neurológicos graves por afectación del sistema nervioso central y coma. Se denominó fiebre perniciosa o acceso pernicioso a una forma clínica grave y mortal de la enfermedad. Con motivo de un acceso de este tipo, el médico segundo  Ricardo Cordón, en el año 1891, se ahogó en la bahía de Santa Isabel, al arrojarse al mar durante una crisis delirante en el transcurso de la fiebre.

*). Roca Núñez et al, 88, 89, 90.

BIBLIOGRAFÍA.
Clavijo y Clavijo, S. Historia del Cuerpo Militar de Sanidad de la Armada. San Fernando. Tipografía de Fernando Espín Peña, 1925.
Gracia Rivas, M. La Sanidad Naval española. Historia y evolución. E. N. Bazán. Barcelona, 1995.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁND  EnEZ, J.J. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martinez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.
SÁEZ Gómez J. M. et al. “La epidemia de cólera de 1895 en Cartagena a través de la obra de Federico Montaldo y Peró”. Universidad de Murcia. Dialnet.
WIKIPEDIA. "Malaria". wikipedia.org/wiki/Malaria. 3 de julio de 2019.

Fachada del antiguo Hospital de Marina de Cartagena. Salvador Clavijo. La trayectoria hospitalaria de la Armada española. Fig. 45, p. 153.

lunes, 15 de julio de 2019

LA SANIDAD DE LA ARMADA ESPAÑOLA EN LAS EPIDEMIAS DE FIEBRE AMARILLA EN EL SIGLO XIX.


Los cuatro jinetes del Apocalipsis, como nos recordara el ilustre escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, van a estar presentes entre el personal de los ejércitos de tierra y mar de la época, pero con algunos matices. La peste como representativa de las epidemias y enfermedades en general, va a dejar su protagonismo a la fiebre amarilla y cólera mientras que la guerra que es seguida de los otros dos jinetes; el hambre y la muerte, se acompaña de otro nuevo que es el naufragio en la Armada. Vamos a contemplar por separado todos estos factores.
En ultramar era endémico, el llamado vómito negro que había llegado al continente americano procedente de África, a través de la esclavitud. En el siglo XVIII, los buques procedentes de América habían extendido el contagio por la península, comenzando por Cádiz y Málaga. Curiosamente, en alguna ocasión se presentó la enfermedad coincidiendo con la aparición de la guerra como anunciando que los demás “jinetes” llegarían a continuación. Así, en la epidemia de 1800 que afectó a Cádiz y resto de Andalucía para pasar posteriormente a otras regiones de España, llega poco antes del desastre de Trafalgar. Habrá un nuevo brote pocos años después, en 1810, en pleno asedio francés a Cádiz e Isla de León. 
Unos años más tarde, en 1833, Carlos Juan Finlay, médico hispano-cubano, formado en Estados Unidos, descubrirá el papel del mosquito Culex fasciatus que era como primitivamente se denominaba el Aedes aegypti; en la transmisión de la enfermedad. Lógicamente, conocido este mecanismo; el panorama mejoró, pues ya se podían tomar medidas preventivas. A pesar de ello, la fiebre amarilla continuaba haciendo estragos. Cuando se descubrió el virus causal, se pudo disponer de una vacuna para la profilaxis. La enfermedad después de un periodo de incubación de 3 a 7 días, comienza con un cuadro de fiebre elevada, escalofríos y cefaleas que puede acompañarse de mialgias, náuseas y vómitos. En pocas ocasiones, queda aquí toda la sintomatología para desaparecer de 1 a 3 días sin dejar complicaciones. Esta sería la forma leve de la enfermedad pero en la forma clásica o grave, después de este periodo inicial, en el que también puede haber hemorragias manifestadas como epistaxis y gingivorragia, se produce un descenso febril para aparecer la fiebre de nuevo, acompañada de ictericia; encontrándonos a continuación con una insuficiencia hepática y renal, continuando grandes hemorragias con hematemesis (vómitos de sangre), siendo la sangre; coagulada y de color negro. De aquí, el nombre de vómito negro que se da a la fiebre amarilla con su ictericia. Finalmente: llega la muerte.
La fiebre amarilla había afectado siempre a los médicos de la Armada que luchaban contra ella. A principios de siglo, fallecieron en Cádiz; Domingo Vidal, cirujano mayor que se había hecho cargo de la dirección del Colegio de Cirugía de la Armada, el catedrático de Botánica del Colegio Francisco de Arjona y 24 colegiales. En la segunda mitad del siglo XIX, el jefe de sanidad del Apostadero de la Habana, Juan Antonio López Pérez, muere a consecuencia de la enfermedad y más tarde lo hará el primer médico Luis Ferrer González.

Roca Núñez  et al, pp. 87-88.

BIBLIOGRAFÍA.
Blanco Villero, J. M. Sinopsis de la epidemia de fiebre amarilla de 1800 en Cádiz y su provincia con una referencia a Sevilla y Filadelfia”. Salud y Enfermedad en los tiempos de las Cortes de Cádiz. Crónica sanitaria de un Bicentenario. Blanco Villero y García-Cubillana de la Cruz; pp. 105-147. Universidad de Cádiz. Sílex ediciones S. L., Madrid, 2013
CLAVIJO Y CLAVIJO, S. Historia del Cuerpo Militar de Sanidad de la Armada. San Fernando. Tipografía de Fernando Espín Peña, 1925
FERRER, D. Historia del Real Colegio de Cirugía de la Armada de Cádiz. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz. 2ª Edición.  Cádiz, 1983.  
Gracia Rivas, M. La Sanidad Naval española. Historia y evolución. E. N. Bazán. Barcelona, 1995.
Roca Núñez, J. B. Los otros de Trafalgar: Médicos y Cirujanos. Boticarios. Sangradores. Enfermeros. Socorristas. Víctimas y Hospitales. Publicaciones del Sur Editores, 2011.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martínez  Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.
WIKIPEDIA."Fiebre amarilla".wikipedia.org/wiki/Fiebre amarilla. 13 de junio de 2019.



Representación cercana a la época de la fachada del Real Colegio de Cirugía de la Armada de Cádiz. Dibujo del autor basado en un fotograbado.

martes, 9 de julio de 2019

PERSONAL AUXILIAR EN LOS HOSPITALES DE LA ARMADA ESPAÑOLA DURANTE FINALES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX.

Este personal lo podemos dividir en personal militar y personal civil. En cuanto al primero; hemos de considerar un personal para custodia del centro, con guardias incluidas, compuesto por un rancho de marinería a cuyo frente estaría un contramaestre, ayudado por uno o dos cabos. En cuanto al personal civil, diremos que estaba repartido por numerosos puestos de trabajo. Los despenseros custodiaban los víveres, observando su buen estado, en unos tiempos donde los medios de conservación de estos eran algo precarios. También se ocupaban de los utensilios de cocina, y en los hospitales pequeños, coloniales, estaban en contacto directo con el cocinero para facilitar a este las raciones o el tipo de dieta, bien fuera animal o vegetal; y todo ello de acuerdo a las anotaciones hechas en la libreta del cabo de sala. Los cocineros debían cuidar los utensilios y envases de la cocina y además eran responsables de la limpieza del local. Cocinarían para los enfermos, personal de guardia y otro personal que se alojaba en el hospital, como capellán e hijas  de la caridad. 
Pudo también tener alojamiento, el director con su familia. En los hospitales coloniales, los cocineros tenían la obligación de proveer a la enfermería del agua caliente necesaria y tener preparado un hornillo con fuego para cubrir las necesidades. Los porteros montaban turnos de guardias en la portería. Otro cargo era el de guarda-ropa, estarían a las órdenes del administrador. Los porteros, despenseros, y guarda-ropa, vestían el mismo uniforme de los cabos de sala y practicantes de farmacia, pero con diferentes divisas. También tenemos que contar con personal civil en las oficinas, dependientes del administrador. El resto del personal estaría constituido por trabajadores diversos, como; barberos-peluqueros, mozos-limpiadores, limpiadoras, lavanderos y lavanderas. Había un sacristán para auxiliar al capellán en sus labores. Aunque este personal hospitalario había ido aumentando a partir de la segunda mitad del siglo XIX, conocemos la plantilla aprobada por Real Orden de 1886 para los hospitales de Marina de la Península, siendo la siguiente:
1 Subinspector Médico Director.
Contador.
1 Administrador.
1 Boticario.
2 Practicantes de Farmacia.
1 Mancebo de Botica.
1 Guardarropa con su ayudante.
1 Despensero con su ayudante.
1 Cocinero con su ayudante.
1 Enfermero mayor.
21 Enfermeros.
4 Cabos de sala.
1 Cabo de luces.
1 Sacristán.
1 Mozo de limpieza.
1 Topiquero.
1 Relojero.
1 Portero.
En esta plantilla no figuran médicos, cirujanos, practicantes de cirugía, ni capellanes.1
NOTAS.
1). Soler Cantó, pp. 75-77. 
*). Roca Núñez et al, pp.84-85.


BIBLIOGRAFÍA
GARCÍA-CUBILLANA DE LA CRUZ, J.M. El antiguo hospital de San Carlos (1809-1981) y la ciudad de San Fernando. Publicaciones del Sur Editores. Cádiz, 2007.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martínez  Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.
SOLER CANTÓ, J. El Hospital Militar de Marina de Cartagena. 2ª Edición. Universidad Politécnica de Cartagena, 1999.


Celebración de la Eucaristía en el patio principal del antiguo Hospital de Marina de San Carlos. Época. Archivo del Hospital.



martes, 2 de julio de 2019

LAS HIJAS DE LA CARIDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL LLEGAN A LOS HOSPITALES MILITARES DE ESPAÑA.

San Vicente de Paúl, sacerdote francés, nacido en el año 1581, fundó las cofradías de caridad en el año 1617. En 1634; Luisa de Marillac, viuda, perteneciente a una de las cofradías; reúne un grupo de mujeres para ayudar al cuidado de enfermos, naciendo de este modo las Hijas de la Caridad. Comienzan su labor en el emblemático Hospital Dieu de París y en los barrios humildes de la capital. Llegan a Barcelona en 1790 y después de distribuirse por distintos lugares de Cataluña, pasan a Cádiz en 1830. Fundan la Casa Cuna en la calle Rosario Cepeda. Después; Jerez, Sanlúcar de Barrameda y San Fernando, en el Hospital de San Carlos. Una de las hermanas de esta nueva comunidad; Sor Luisa Giménez, marcha a Cartagena, a su Hospital de Marina, en el año 1891, mientras que Sor Mercedes López marcha al Hospital Naval de Ferrol. En estos centros forman nuevas comunidades y va a ser; Sor Eugenia Gómez, marchando al Hospital del Ejército de Carabanchel en Madrid quien funda allí la nueva comunidad. Por otra parte; siguiendo el camino marítimo, en 1862, habían llegado a Filipinas para distribuirse por hospitales y escuelas. Al Hospital de Marina de Cañacao llegan cinco hermanas procedentes de la Península.1  
Conocidas como monjas o hermanas y dirigiéndose a ellas con el trato de sor (hermana en latín), su labor, al comienzo era solo de enfermería, pero en 1890 en los reglamentos de los hospitales de marina, encontraremos varios artículos en los que figuran una función administrativa complementaria para estas hermanas. Al frente de la comunidad estará una superiora que dependerá del administrador para estas funciones administrativas que entre otras misiones destacarán la adquisición de material y víveres, inventario y cuidado de ropas, muebles y efectos, así como muda, lavado y costura. En cuanto a las funciones de enfermería dependerá la superiora del jefe de servicio y las hermanas que presten su asistencia en las salas del hospital seguirán las indicaciones de los médicos y practicantes.
 
NOTAS.

1). García Cubillana. 13 de junio de 1990. 
*). Roca Núñez et al. p 83.

BIBLIOGRAFÍA.
Garcia Cubillana, J. “Glosa del Bicentenario de la llegada a España de las Hijas de la Caridad”. Salón de Actos del Hospital Naval de San Carlos. San Fernando, 13 de junio de 1990.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martínez  Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.


 

Hijas de la Caridad asignadas al Hospital de Marina de San Carlos en el año 1941. Fotografía cedida por la Comunidad.