El médico forense verá por si mismo
E.
R. Robins
La existencia de tribunales médicos
con el fin de declarar la falta de aptitud para el servicio de las armas, viene
desde muy antiguo y así tenemos constancia en el Hospital de San Carlos, en sus
comienzos, en la época del asedio napoleónico a la Isla de León, donde médicos
del Ejército y de la Armada formaron parte del llamado: “Tribunal de
reconocimiento de inútiles”. La época que tratamos corresponde a un tiempo de
guerras y epidemias, con un servicio militar obligatorio y sin existir ya la
matricula de mar que pudiera hacer una selección del personal, la necesidad de
estos tribunales es lógico deducirla. Las enfermedades que ocasionaban la
perdida de aptitud para el servicio eran muy diversas y el facultativo tenía
que enfrentarse al reconocimiento físico y psíquico con pocas herramientas
diagnosticas a su alcance. Los rayos X no se introducen en los hospitales de
marina hasta 1897 y en su comienzo estaban a cargo del jefe de cirugía, pues también
cumplían función terapéutica. El laboratorio apenas aportaba información porque
los gabinetes de análisis clínicos, bacteriología y micrografía no se organizan
formalmente hasta principios del siglo XX. En cambio, existe un instrumento muy
útil para la exploración torácica y abdominal que es el fonendoscopio,
descubierto por el médico francés René Laënnec, en 1819. Algunas enfermedades
congénitas con defectos físicos muy llamativos eran fáciles de diagnosticar,
así ocurría con manifestaciones clínicas como la cianosis por ejemplo, mientras
que la disnea había que comprobarla y el examen presentaba ciertas dificultades.
Es la época de la clínica sofisticada, donde la exploración física del paciente
es protagonista. Para las enfermedades del sistema nervioso se explora la
motilidad, reflectividad, sensibilidad, pares craneanos, lengua, mímica y
trofismo. Para los aparatos circulatorio, respiratorio y digestivo; se realiza
la inspección, palpación, percusión y auscultación. Para los trastornos
psíquicos tienen que ser estudiadas las funciones intelectuales, emocionales e
instintivas, mediante técnicas que se van perfeccionando. Las alteraciones de
la personalidad para diagnosticarlas y clasificarlas tenían que ser muy
llamativas y había que recurrir en muchas ocasiones a certificados médicos de
facultativos, muchos de ellos especializados en la materia, y que habían
observado al paciente durante un tiempo prolongado. No ocurría lo mismo con los
casos de deficiencia mental cuyo diagnostico era más fácil. A veces se recurría
a centros hospitalarios, antiguos manicomios, tanto para el tratamiento de la
enfermedad mental declarada durante la estancia en la Armada como del informe
médico necesario para el tribunal. La Marina disponía de atención psíquica para
su personal en el manicomio de San Baudilio de Llobregat, donde estaba asignado
un médico mayor perteneciente a la comandancia de marina de Barcelona. Este
centro hospitalario fue descrito por el investigador alemán de enfermedades
psíquicas Juan Bautista Ullesperger como el manicomio mayor, más extenso,
adecuado, bello, generosamente dotado con los más modernos adelantos y el más
elegante del mundo. Otro grupo de enfermedades excluyentes eran las
infecto-contagiosas. La tuberculosis comenzaba a hacer estragos en el mundo y
las enfermedades tropicales con sus secuelas posteriores también eran
frecuentes. En España habían aparecido los primeros sanatorios antituberculosos,
a semejanza de otros países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Suiza o Francia.
Se habla de la necesidad de un sanatorio para el personal de Armada que hubiera
contraído la enfermedad pero no es hasta el siglo siguiente cuando se
desarrolla esta idea. Los órganos de los sentidos se podían examinar de modo
algo superficial, tanto la vista como oído y nariz, siendo más complicado el
estudio de la laringe y de los senos, aunque cada vez se irán descubriendo
nuevas técnicas.
La mayoría de las exclusiones se producían
en reclutas y como muchos de ellos no tenían interés alguno en realizar el
servicio militar, simulaban enfermedades, surgiendo de este modo una modalidad
que son los “simuladores”, a los que los miembros del tribunal tenían que
estar muy atentos, así como el jefe de la clínica o el médico responsable de la
sala, el cual había estudiado al paciente y había hecho la propuesta de
exclusión. Hay historias de individuos que se producían mutilaciones con el fin
de conseguir su exclusión. Está descrito el caso de un recluta hospitalizado
para observación en el Hospital de San Carlos que tuvo la intención de simular
una hemoptisis, introduciéndose en la boca un objeto cortante, pero fue
descubierto por el profesor médico de la sala. Fernández Caro refiere que en
el Hospital de San Carlos, entre 1862 y 1864, de 470 reclutas ingresados; 230
padecían “lesiones del corazón”. 35 fallecieron y 205 fueron declarados
inútiles. El 55,42% de patología cardiovascular fue atribuida a la ansiedad.
Otras veces, el reconocimiento era dirigido al personal profesional que había
padecido una mutilación en guerra o en acto de servicio, o había contraído una
enfermedad con secuelas, y según la gravedad del caso debía pasar a la
situación de retiro. En alguna ocasión, los médicos debían de desplazarse a un domicilio
para reconocer a un paciente inmovilizado en él y después redactar un parte facultativo.
Otras veces habría que intervenir en función de forense, en caso de muertes
accidentales, incluyendo los ahogamientos. Para el ingreso en los distintos
cuerpos de la Armada era necesario un reconocimiento de aptitud física que según
Real Orden de 12 de mayo de 1864, se llevará a cabo por médicos castrenses de
la Armada o del Ejército, si los hubiere en el punto de residencia, o en su
defecto por médicos civiles. No obstante; tenemos conocimiento que en fechas
posteriores, en el examen oposición para ingreso, se llevaba a cabo un
reconocimiento médico por un tribunal, firmando un acta en que manifestaban que
el opositor era útil para el servicio de mar y tierra. Lo firmaban tres médicos
de la Armada y daba el visto bueno el presiente asignado.*
*) Roca Núñez et al, pp. 45-47.
BIBLIOGRAFÍA.
Garcia-Cubillana
de la Cruz, J.M. El antiguo hospital de San Carlos
(1809-1981) y la ciudad de San
Fernando. Publicaciones del Sur Editores. Cádiz, 2007.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martínez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.
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