La indumentaria y equipaje del peregrino
Al principio,
la indumentaria iba en concordancia con la riqueza y la condición social del
peregrino y en el siglo XI solía llevarse un vestuario cómodo que permitiera el
desplazamiento lo más fácil posible. No obstante, al pasar por algunos pueblos
o lugares el peregrino cambiaba a un traje de acuerdo a su categoría social. La
indumentaria fue acomodándose a las circunstancias y el caminante comenzó a portar un sombrero de fieltro, generalmente redondo y de ala ancha, el cual le protegería
del sol y de la lluvia. También portaba un amplio tobardo o capa, generalmente de color
marrón, con esclavina y reforzada de cuero, aumentando la protección contra el
frio y agua. Además podía utilizarse como manta por las noches. Era costumbre
llevar un par de zapatos, casi siempre ligeros, pero eran poco adecuados para
los charcos y el frio, así como se desgastaban fácilmente con el caminar.
Llevaba un pequeño zurrón colgado al hombro y una bolsa al cinto, la cual
quedaba adornada con la concha o venera. Estos objetos servían para llevar ropa
o algún documento en el primero, y dinero en el último. Otras veces, la bolsa de
viaje era de cuero y se colgaba en bandolera. Le acompañaba el bordón o bastón
del caminante, más alto que el, y además de ayudarle a caminar le podía servir
para defenderse de asaltantes o de animales salvajes. Se unía la calabaza con
agua para impedir beber de arroyos y ríos contaminados. Y podía llevar una bota
de vino con el fin de huir del monopolio de las tabernas. Algunos llevaban
varias conchas de vieira, cocidas al manto, sombrero o como hemos visto, a la
bolsa.
Los jinetes llevaban
el sombrero más amplio y la capa más ancha porque con ella se abrigaba también
el caballo. Desde el siglo XII comenzó a llevarse un capote de tela impermeable
y encerada. Guantes con manopla para que las manos no se helaran al manejar las
riendas. Las huesas eran fundas de piel flexible para proteger las piernas de
las salpicaduras de barro y del roce con zarzas y matorrales. La silla de
montar solía ser ancha pero poco anatómica y con bordes altos con el fin de
sostener al jinete en las pendientes pronunciadas.
El peregrino
llevaría un equipamiento complementario, como dinero, algunos documentos, y si
era posible una lista con las etapas de la ruta. El dinero serviría para pagar
el alojamiento y la comida, así como tratar de obtener servicios más rápidos y
mejores. En el caso de los jinetes, dar comida a los caballos y reparar
herraduras. También era necesario abonar peajes y portazgos de señores y
ciudades, muchos de ellos con un precio abusivo. A veces, se pagaba a los
encargados, en plan de soborno. La documentación sería muy importante pues en
la Edad Media había variedad de regímenes fiscales, así como alianzas políticas
muy diversas y continuamente cambiando. De este modo, para pasar por los reinos
de Aragón, Navarra, Castilla, y León; nos encontramos que cada uno tenía su
moneda y su legislación. Además, había que añadir un número de quince villas
con ordenanzas y estatutos particulares. La documentación servía para
identificar al peregrino como miembro de una comunidad, el cual mediante una
carta de vecindad acreditaba su lugar de residencia y su posición social. Era
recomendable el conocer la geografía de las tierras del recorrido, los valores
del cambio de monedas, y si era posible los idiomas. Algunos llevaban un
pequeño glosario de palabras con la traducción correspondiente.
Los peregrinos
que emprendían el camino a pie podrían andar unos 5 km por hora y hacer de unos
25 a 30 km diarios. Para las cabalgaduras se empleaban caballos, asnos y mulas.
El borrico resultaba más duro que el caballo y también servía de transporte de
mercancías. Algunos nobles recurrían a los caballos de lujo, árabes o
españoles, para entrar en las ciudades. El inconveniente era encontrar
cabalgadura de refresco y obtener un forraje adecuado. En el norte de Europa se
llevaba cargas de avena mientras que en el área mediterránea se transportaba la
cebada. Había que llevar odres para el agua con el objeto de impedir el consumo
de las aguas contaminadas. En el caso de heridas o traspié del caballo era
necesario encontrar a alguien con conocimientos de veterinaria. Se llevaba un
botiquín en el que abundaba el vinagre y la sal. Para engrasar los cascos se
llevaba sebo. Como una herradura de hierro dulce duraba una semana, a veces se
necesitaba más de una docena de herraduras. Los carros eran poco empleados por
la gran variedad existente en la infraestructura, así como el estado del firme
y el trazado de curvas y esquinas.
Vista de la Catedral de Santiago de Compostela
Continúa
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