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jueves, 29 de septiembre de 2016

Detrás de la Historia. Recordatorio del Camino de Santiago




Los peregrinos

La palabra “peregrino” quiere decir forastero y se referirá a aquella persona que anda por tierras lejanas a las suyas, fuera de la casa familiar y de su patria. Hombres y mujeres abandonarían de forma voluntaria su lugar de origen, junto a su medio de vida, sus derechos, y su defensa; con la finalidad de dirigirse a un lugar santo, por motivos religiosos y espíritu de devoción, con gran sacrifico, incomodidad y falta de seguridad. Es el caso de la peregrinación a Santiago de Compostela. Estos se preocuparon de llevar guías con la ubicación de albergues y hospitales. Podemos tomar nota del Libro V del “Líber Sancti Iacobi” o “Codex Calistinus” que según la tradición fue encargado por el Papa Calixto II y escrito por el monje benedictino Aymeric Picaud, en el siglo XII. No cabe duda que la Ruta se convirtió en un autentico fenómeno socio-cultural con un intercambio abundante del comercio y de la cultura, la cual llevaría a la fundación de la Universidad de Santiago. La necesidad espiritual de peregrinar a santos lugares es lo que había despertado en Europa el deseo de rendir culto al Apóstol Santiago. Pero a ello hay que unirle el ambiente psicosocial característico de la Edad Media, donde se experimentaba una gran devoción por los cuerpos de los santos y las reliquias. Muchos peregrinos habían hecho otras peregrinaciones a Roma y Jerusalén. Las premisas eran, junto al perdón de los pecados, el fervor, la devoción y ganar el jubileo. Oración, confesión y comunión cerraban aquel penoso viaje. Sin olvidar la solicitud de un favor. En otras ocasiones el haber emprendido aquel camino era la consecuencia de haberse logrado la curación de una enfermedad o bien otros motivos, como dar gracias por un  bien recibido o cumplir con un voto o una promesa. Había un tipo de peregrinación que era la llamada por “manda testamentaria”, hecha por encargo de un familiar difunto. Pero en otras ocasiones los grandes señores contrataban a una persona como intermediario para que realizara la peregrinación en su nombre o de un pariente fallecido. A veces la peregrinación se hacia para la conmutación de una pena religiosa o civil. La otra cara de la moneda estaba representada por la participación en la ruta de aventureros y ladrones cuya finalidad era aprovecharse del peregrino y de la hospitalidad que se ofrecía al caminante. Sin olvidarnos de los pobres necesitados. Todos ellos no tenían ninguna prisa en llegar a Santiago y la ruta podría hacerse eterna. La mayoría de los peregrinos hacían el camino a pie y emprendían la marcha después de haber hecho testamento y haber arreglado los asuntos familiares y personales. Como el camino era largo y lleno de accidentes, muchos tardaban años en regresar. En Alemania y Francia comenzaron a crearse hermandades y cofradías sin diferencias sociales. Los peregrinos del norte de Europa y de Inglaterra llegaban en barcos a los puertos de La Coruña, Ferrol, Ribadeo y otros. Los nobles y ricos comerciantes utilizaban caballos y carretas, acompañados de familiares, amigos y criados. Hubo peregrinos ilustres que patrocinaron la creación de monasterios, conventos y hospicios. Se hizo necesario la certificación del obispo de la diócesis o de la autoridad del lugar de residencia para que como salvoconducto, el peregrino pudiera atravesar Europa, teniendo en cuenta que algunos lugares pudieran encontrarse en guerras. Dicho salvoconducto también proporcionaba el derecho de acogerse a los privilegios que proporcionaban las casas de acogida y los hospitales. El documento era presentado en las parroquias del camino para así obtener el sello acreditativo. Una vez en Santiago; el peregrino aseado y después de presentar sus respetos, peticiones y acciones de gracias al Santo Apóstol, presentaba el documento en el Cabildo de la Catedral, donde se le expedía la “Compostelana”. Con dicho certificado se demostraba que se había hecho la peregrinación y además se obtenía los mismos beneficios en el viaje de vuelta. Los peregrinos gozaban de los mismos privilegios naturales del país por donde cruzaban. No pagaban peaje por el equipaje ni por la cabalgadura y tenían la obligación de no desviarse del camino más de cuatro leguas, con la finalidad de poner trabas a vagabundos, espías y herejes. Cuando el peregrino se encontraba ante el sepulcro del Apóstol Santiago; se tendía en tierra, se ponía boca abajo, con los brazos en cruz. Con este símbolo de espíritu de devoción, rezaba con fervor. El encontrarse en aquel lugar le proporcionaba un contacto físico e intimo con el sitio sagrado pero además la oración le proporcionaría el contacto espiritual. A partir del siglo XVIII esta actitud va a ser sustituida por la posición de rodillas y la realización de golpes de pecho. En ocasiones, para pedir milagros se recurrió a gritos y flagelaciones que incluso se efectuaron colectivamente.
El número de peregrinos se fue incrementando. Ya comentamos que se dijo que el primer peregrino extranjero había sido el obispo Godescalco de Le Puy, el cual se hizo acompañar de treinta soldados con espadas y escudos, en el año 950. No obstante, se ha encontrado no hace mucho, un documento del año 910 que muestra el peregrinaje del también vecino extranjero, de origen francés, Bretenaldo Franco. A partir del siglo XIII se llegó a contabilizar de 200.000 a 500.000 peregrinos anuales, y durante los veranos Santiago recibiría unos 1.000 peregrinos diarios. A los peregrinos alemanes, franceses, italianos, ingleses, escoceses e irlandeses se unieron viajeros procedentes de Estonia, Creta, Armenia, Etiopia e India. A partir del siglo XIV comienza a descubrirse la picaresca. En la hostelería se practica el precio alto para los ricos, y menos ricos; fraudes en las pesas y medidas, aguar el vino, cobro por adelantado de habitaciones que después no existían o se hallaban ocupadas, fraude en el cambio de la moneda, rebajar la calidad de las comidas o forzar a beber vino con picantes en las comidas o poner sal en exceso. Explotar la sensualidad con las mozas de las tabernas. Vender velas de ofrecimiento hechas de sebo en vez de cera. Otra dificultad la constituía la existencia del pillaje, pues existían los falsos peregrinos que disfrazados con la típica indumentaria se infiltraban en el grupo para robar tanto a nativos como a extranjeros. También los vagabundos se aprovechaban de la vestimenta para acudir a albergues y hospitales con la finalidad de obtener comida y alojamiento. Felipe II llegó a prohibir a los españoles el uso del hábito de peregrino para evitar estos casos. Existían falsos ciegos, tullidos y cojos que pedían limosnas. Pero no cabe la menor duda que el mayor peligro estaba representado por los bandidos, por causa de los cuales muchos peregrinos fueron asesinados a lo largo del viaje.
Entre los siglos XVIII y XIX va a experimentarse una enorme decadencia en el número de peregrinos, llegándose de unos 30 a 40 peregrinos diarios, y la mayoría portugueses. España, durante este tiempo, va a pasar por una etapa negra con numerosas guerras. Durante la invasión napoleónica los restos del Apóstol son escondidos pero se teme por sus reliquias. El cardenal Miguel Payá, una  vez pasado los tristes acontecimientos, manda excavar en el subsuelo y se encuentra un deposito con tres cuerpos, y uno de ellos es identificado como el del Apóstol. Más tarde, León XIII insta a todos los católicos del mundo a retomar la peregrinación. En el siglo XX tiene lugar un resurgimiento de las peregrinaciones. Nuevas excavaciones conducen a valiosos descubrimientos. En 1982, Juan Pablo II lanza un mensaje a Europa pidiendo que se retomara el espíritu cristiano del Camino. En el año 1989 más de medio millón de jóvenes responden a la convocatoria de este Santo Padre en la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, en Compostela. Hoy en día, hay multitud de caminantes que por motivo religioso, aventura de caminar, contemplar el paisaje, o bien contemplar las obras de arte; emprenden la histórica ruta. Son de todas las edades y de distinto modo de desplazarse.


Las costas de Galicia en la ruta a Santiago



                                             Cabo Finisterre

                                             Ría de La Coruña
                                              Ría de Ares
Entrada al Puerto de Ferrol. A babor el Castillo de San Felipe y a estribor el Castillo de La Palma
                                             Vista del Castillo de San Felipe
                                            Vista del Castillo de La Palma
                                             Costa de Ferrol
                                            Vista de Puentedeume
                                            Playa de Covas en Viveiro.
Monumento en la playa de Covas a las victimas del naufragio de la fragata Santa María Magdalena y del bergantín Palomo quienes tragicamente perdieron la vida en aquella madrugada del día 2 de noviembre de 1810

Continúa

































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