San Mateo, en su Evangelio, se
refiere a unos misteriosos e innominados personajes orientales que vienen a
adorar al Niño. Y podría interpretarse como una verdadera manera de exponer la
misión universal de Jesucristo. Siguiendo esta reflexión del Padre Martín
Descalzo, podemos continuar haciendo las siguientes consideraciones, según la
obra de este ilustre sacerdote.
En la escena, no cabe la menor
duda, que hay muchos datos históricos que reflejan las preocupaciones de la
época. Pero la primera pregunta que nos haríamos es: ¿Quiénes eran y de donde
venían? San Mateo comienza la narración diciendo: En los días del rey Herodes llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos
(Mt 2,1). Pero nos haríamos algunas preguntas más: ¿De donde procedían exactamente?
¿Quienes y cuantos eran? ¿Que camino habían seguido? ¿Cuánto tardaron en el? ¿A
que venían exactamente? ¿Eran o no judíos? Teniendo en cuenta que Mateo solo
dice que “llegaron a Jerusalén” y “en los días de Herodes”, los demás datos hay
que completarlos con hipótesis.
La palabra mago, utilizada por
Mateo, era una palabra de origen ario que significa “grande” o “ilustre”.
Primitivamente encontramos a magos en Media y Persia, formando parte de una
casta sacerdotal muy respetada. Se dedicaban al culto religioso y además a las
ciencias naturales, la medicina, y astrología.
Refiere Giuseppe Ricciotti,
relator de la vida de Cristo, que entre los magos de Persia estaba difundido el
conocimiento de la esperanza judía de un Rey-Mesías. Sin embargo, Mateo no
aclara que fueran de Persia y dice siempre “de Oriente” y para los judíos de la
época era la zona que quedaba más allá del Jordán.
Por otra parte; los padres más
antiguos de la Iglesia, como san Clemente, san Justino, o Tertuliano, afirmaban
que procedían de Arabia porque el incienso y la mirra ofrecidos al Niño eran
productos arábigos. No obstante, estos productos no eran exclusivamente de
aquella tierra. El célebre teólogo de Alejandría Orígenes dice que procedían de
Caldea y otros dicen que de Etiopia. Los hay que afirman que de Egipto, India e
incluso China. Es posible que debido a esta diversidad de orígenes, la leyenda
los haga venir a cada uno de países distintos y como representantes de diversas
razas y religiones diversas.
El tono que emplea el Evangelio
hace pensar que juntos tomaron la decisión de partir y también juntos realizaron
el viaje. El Evangelio no les atribuye la categoría de reyes y el que la
tradición cristiana comenzara a presentarlos con atributos reales habría que
interpretarlo como una transposición del salmo 71: los reyes de Tarsis y de las islas ofrecerán dones; los reyes de Arabia
y de Saba le traerán presentes. Isaías dice que todos los de Saba vendrán trayendo oro e incienso (Is 60,6).
La otra incógnita es si eran
tres. El Evangelio no habla del número. Orígenes es el primero que habla de
tres y probablemente se basa en que fueron tres los presentes ofrecidos al
Niño. Los textos sirios y armenios hablan de doce y san Juan Crisóstomo acepta
esta cifra. En las primeras representaciones de las catacumbas encontramos dos,
en las de san Pedro y Marcelino, mientras que en las de Domitila encontramos
cuatro. No obstante, la tradición y la leyenda fijaran el número de tres,
encontrando algún apoyo en algunas consideraciones como tres personas en la
Santísima Trinidad. Las edades de la vida dividida en tres etapas: juventud,
virilidad y vejez. Tres distintas razas humanas…
¿Cómo se llamaban? El evangelista
no refiere nombres. En el siglo VII aparece un manuscrito que se conserva en la
Biblioteca nacional de Paris y les llama: Bithisarea, Melchior y Gathaspa. En
el siglo IX se les da los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar.
En el siglo XII, san Beda recoge
estos nombres y nos hace un retrato literario de estos tres personajes. El primero fue Melchor, viejo, cano, de
barba y cabellos grises. El segundo tenía por nombre Gaspar y era joven, imberbe
y rubio. El tercero negro, y totalmente barbado, se llamaba Baltasar.
BIBLIOGRAFÍA
MARTÍN DESCALZO, J.L. Vida y
misterio de Jesús de Nazaret. Ediciones Sígueme. Salamanca, 1998.
"Oro, Incienso y Mirra"
De un original pintado por Jan Sporek. Pintor con la Boca
Asociación de Pintores con la Boca y con el Pie
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