En el año 1777 se pacta el
Tratado con Portugal mediante el cual España tomará posesión de Fernando Poo y
Annobón, a cambio de la colonia de Sacramento e Isla de Santa Catalina, en
América. Parte una expedición desde Montevideo al siguiente año de 1778,
formada por dos fragatas y el paquebote Santiago,
mandada por el brigadier del Ejército Felipe Santos Toro, conde de Argelejo, y
llevando como ayudante al teniente de artillería Joaquín Primo de Rivera. Va
integrada por carpinteros, operarios, herreros, soldados, y un ingeniero. El
objeto es establecer en aquellas tierras una fábrica. Joaquín Primo de Rivera
se ve obligado a tomar el mando por enfermar y fallecer el conde de Argelejo.
Debido a enfermedades entre numerosos miembros de la dotación, pasar por muchas
penurias y haberse declarado un motín, se interrumpe la expedición.
En otra expedición que realiza a
Annobón José de Moros, en 1836, encuentra noticias de la existencia de varias
factorías en la costa, las cuales contribuyen al abastecimiento de un hospital
para marineros europeos enfermos. En 1842, Juan José Lerema en el bergantín Nervión llega a Fernando Poo y a las
islas de Elobey y Annnobón, y el asentamiento de Clarence, en las primeras de
las islas, pasa a llamarse de Santa Isabel. Desembarcará también en Corisco.
Entre 1844 y 1845, Guillermo de Aragón lidera una nueva expedición al mando de
la fragata Venus.
En 1858, parte de Cádiz el
capitán de fragata Carlos Chacón y Michelena, mandando una flota formada por el
vapor Vasco Núñez de Balboa,
bergantín Gravina, goleta Cartagena y urca Santa María. Viajaba con la expedición un grupo de jesuitas
dirigidos por el P. José Irisarri. Se efectuó la primera escala en la isla de
Corisco.
La urca Santa María transportaba víveres y medicinas para cubrir un periodo
de unos seis meses y además llevaba una barraca-hospital capaz de albergar unas
40 camas. Mientras que la hospitalización se hacia a bordo de la Santa María, se intentaba emplazar el
nuevo hospital en Fernando Poo. Al principio se había elegido como lugar Punta
Cristina, pero se desistió y Chacón decidió llevarlo a la punta opuesta que
cierra la bahía de Santa Isabel, antigua Clarence, denominada Punta Fernanda,
ya que consideró que este lugar reunía mejores condiciones higiénicas.
El día 15 de junio de 1858 llegan
los materiales necesarios y en agosto comienzan las obras. Se recurre a la
ayuda del personal nativo y el centro queda acabado en el mes de diciembre,
siendo inaugurado el día 19 de este mes. El día 24, víspera de Navidad, toma la
dirección el segundo médico José María Pérez Lora, uno de los facultativos de
la división naval. Se organiza el traslado de enfermos desde la urca Santa María. El Hospital se va a regir
según la reglamentación de los hospitales navales de la Península, aprobado el
2 de enero de 1859. El centro va a tomar el nombre de Hospital del Salvador,
también conocido como El Príncipe de Asturias. El personal que forma parte del
nuevo hospital es el siguiente:
Director. Es un profesor médico
del Cuerpo de Sanidad de la Armada. Es jefe de Sanidad y además atenderá como
facultativo a los pacientes ingresados. Pasará dos visitas diarias, a las 6 de
la mañana y a las 5 de la tarde.
Administrador. Corresponde este
cargo a un oficial del Cuerpo Administrativo, el cual llevará cuenta y razón de
los gastos del establecimiento. Además; cuidará de las dependencias del centro,
interesándose en que estén en buen estado. Así como de los víveres, ropas y
utensilios. Llevará las altas y bajas de los enfermos ingresados.
Capellán. Será asignado para este
cargo uno de los capellanes de los buques de la división y si no los hubiera se
le pasará aviso al Padre Superior de la Misión para que nombre uno de los Padres
de la misma.
Practicante de Cirugía. Deberá
tener a su cargo los utensilios de su profesión como; apósitos, vendajes, y
aparatos. Siempre estarán preparados y dispuestos para su utilización. Asistirá
a las visitas médicas, llevando un recetario y anotando en el las
prescripciones de medicación externa o tópica. Una vez terminada la visita,
debe pasar con el recetario a la botica para que el practicante de farmacia
despache las medicinas ordenadas. A continuación, aplicará estas en la forma y
hora que ha dispuesto el profesor médico. Practicará las operaciones propias de
su profesión y llevará a cabo las curas simples en las horas establecidas.
Recogerá los vendajes sucios y se los entregará al cabo de sala para que este
los de a lavar y después se encargará de ellos, cuando estén limpios. Al
finalizar el mes, hará una “papeleta” de consumo de los efectos a su cargo y de
aquellos utensilios que se hubieren roto, para su reposición o exclusión. Recibirá a los enfermos que ingresen en el centro y anotará
en un libro la procedencia o buque a que pertenezcan, así como: clase, nombre,
apellidos materno y paterno. También anotará en dicho libro el día de alta,
anotando el destino a que pasa. O bien, la defunción, cuando la triste circunstancia
desgraciadamente ocurriera.
Montaba guardias, un día si y
otro no, alternado con el cabo de salas, sin estar excusado de realizar su
trabajo durante ella.
Practicante de Farmacia. Tenía a
su cargo las medicinas y utensilios de la botica, siendo responsable de su
conservación. Además, se encargaba de la elaboración de las medicinas recetadas
por el profesor médico. Asistirá a las visitas ordinarias y también
extraordinarias, programadas por el médico, y siempre llevando consigo el
recetario de medicinas para apuntar en el, con toda claridad, las
prescripciones. Una vez terminada la consulta, se dedicará a preparar las
medicinas ordenadas y entregar al practicante de cirugía las tópicas o
externas.
Distribuirá personalmente las
tisanas o cocimientos, poniéndolos en la cabecera de la cama y encargando al
enfermo el uso de ellas, si el estado de este lo permitiera. En el caso de
enfermos graves, la administración de los preparados corría a cargo del
enfermero de la sala. Al finalizar el mes, hacia una “papeleta”, indicando los
consumos.
Cabo de Salas. Tenía a su cargo
las camas, ropas, envases, y aquellos que no estaban en uso quedarían guardados
en el almacén. Asistía a las visitas médicas, llevando una libreta para anotar
en ella la alimentación ordenada. Una vez finalizada esta visita, pasaba a la
despensa para entregarla, en presencia del cocinero. Distribuía las comidas.
Cuidaba del orden y se preocupaba por la limpieza de las salas y camas. Montaba
guardias, un día si y otro no, alternando con el practicante de cirugía.
Vigilaba la conducta de los enfermeros. Recogía la ropa de los enfermos
ingresados, anotándolo.
Enfermeros. Se destinaba a cada
sala el número de ellos que se consideraba necesario y no podía bajar de dos el
número en cada una de ellas. Debían tratar a los enfermos en sus necesidades
con dulzura y caridad. Hacían las camas y la limpieza de las vasijas. Debían
cuidar del alumbrado, encendiéndolo a la puesta del sol y apagándolo por la
mañana. Asistían a la visita médica. Acompañaban al cabo de salas para llevar
los alimentos y a los practicantes de cirugía y farmacia para llevar el
material de cura y las medicinas. Había un enfermero de guardia en cada sala,
día y noche. No podían abandonar el establecimiento sin el permiso del director
pero los días festivos, si estaban francos de servicio, se les concedía salir
después de la comida hasta el anochecer.
Despensero. Tenía a su cargo los
víveres pertenecientes al hospital, cuidando de su conservación. También era
responsable de los enseres de cocina que no estuvieran en uso. Entregaba al
cocinero, con arreglo a la libreta del cabo de salas, los artículos ordenados.
En un tablero estaba la nota, indicando los artículos y raciones.
Cocinero. Tenía a su cargo los
utensilios y envase de su dependencia, debiendo cuidar de su limpieza y
conservación. Cocinaba los alimentos indicados para los enfermos y la comida
del personal del hospital. Debía fregar platos y enseres. Recibía los artículos
del despensero. Debía proveer a la enfermería el agua caliente necesaria para
baños y operaciones, y siempre mantenía un hornillo con fuego para cubrir estas
necesidades.
Krumanes. Personal nativo. Había
un número de ellos considerados necesarios para el servicio exterior del
establecimiento. Estaban encargados, fundamentalmente, de la limpieza del
centro. Debían de estar provistos de agua potable y para limpieza. También
tenían la misión de podar las plantas y conducir al cementerio los cadáveres de
los fallecidos, dándoles sepultura. En esta penosa misión le acompañaba un
enfermero.
Régimen de comidas
hospitalarias.
Se siguió el Reglamento del
Hospital de Marina de San Carlos, aprobado el 27 de mayo de 1851. El desayuno
tenía lugar después de la visita médica. La comida a las 11 de la mañana y la
cena a las 5 de la tarde. Si algún enfermo estaba febril y en mal estado, se
guardaba la alimentación para cuando pudiera tomarla. Las dietas se daban según
prescripción facultativa.
Reglamento interno del
Hospital.
El hospital y sus dependencias se
abrían al amanecer y se cerraban a las ocho de la noche. El personal no podía
pernoctar fuera sin permiso del director. No se abriría la puerta, a no ser que
se produjera un ingreso o tuviera el facultativo que hacer una visita
extraordinaria. Los días festivos, se podían visitar a los enfermos en horarios
de 10 a 11 de la mañana y de 3 a 5 de la tarde. No se podía introducir en el
centro; alimentos, bebidas, y ropas.1
Hospital de María Cristina.
El primitivo Hospital va acusando
el paso del tiempo y surge la necesidad de construir un nuevo centro que tomará
el nombre de Hospital de María Cristina. En su construcción se emplea el acero
y materiales importados de Bélgica.
Luis Ferrer González nos va hacer
una descripción del centro, la cual recogida por Salvador Clavijo nos va a
proporcionar una idea de su estructura física. Refiere que consta de un solo
piso y que se encuentra elevado del suelo 1,80 metros. Tiene tres salas, capaz
de albergar cada una de ellas 12 enfermos, y se encuentran separadas por dos
patios interiores. Cada sala tiene dos cuartos para enfermos y material.
Reciben luz y ventilación por ocho ventanas rasgadas, de corredera. Hay dos
grandes puertas para facilitar el acceso a dichas salas, una en cada extremo.
El frente principal del edificio
tiene delante una galería cubierta. Separados de las salas y en corredores
anchos y transversales están los alojamientos del director, practicantes y
boticario. Hay cuatro habitaciones más para enfermos distinguidos, cuartos de
aislamiento y otros.
Otro corredor separa las salas de
la fachada posterior, donde están: cocina, despensa y almacén. En cada extremo
de los corredores hay dos habitaciones destinadas al depósito de medicinas y
almacén de ropas, y en el posterior hay cuatro cuartos para excusados.
Nos llama la atención de que no
se hable de la Capilla y de la habitación que debería ocupar el capellán. Tampoco
figura entre el personal algún sacristán, como ocurría en otros hospitales, por
lo que podemos pensar que este cargo podría recaer en algún personal del centro
de la clase enfermero. Otro personaje que sorprende su presencia es la figura
del boticario, y no sabemos si había alguien de esta clase contratado o se
refiere al practicante de farmacia.
Este Hospital dejará de
pertenecer a la Armada para pasar al Ejército. Aunque la Marina solicitó se le
concediera una sala, a semejanza del Hospital de Ejército de la Habana, chocó
con el problema de la falta de facultativos navales. No obstante, el personal
de Armada siguió hospitalizándose en el centro. La Armada dispuso de una
enfermería en la isla de Elobey.
Rio de Oro.
En el Sahara occidental, llamado
Sahara español, en 1881 se habilitó como hospital un pontón fondeado frente a
la costa de Rio de Oro, con el fin de prestar apoyo sanitario a la flota
pesquera de las Islas Canarias. Tres años después, en 1884, con la fundación de
Villa Cisneros se crea en la zona un destacamento y se construye una
enfermería, quedando destinado en ella un segundo médico, comisionado y
perteneciente al servicio de guardias del Hospital de Marina de San Carlos.
Probablemente, hubo también un practicante comisionado.
NOTAS.
1) Clavijo y Clavijo, pp. 280-284.
BIBLIOGRAFÍA.
Clavijo y Clavijo, S. La trayectoria hospitalaria de la Armada
española. Editorial Naval. Madrid, 1944.
Gracia Rivas, M. La Sanidad
Naval española. Historia y evolución. E. N. Bazán. Barcelona, 1995.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J.
GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J. Historia de la
Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del
siglo XIX. Martínez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.
SÁNCHEZ LOBERA, F. “Primeras exploraciones
españolas en el golfo de Guinea”.
www.elinconformistadigital.com.
Barcelona, 28 de septiembre de 2014.
BIBLIOTECA VIRTUAL DE DEFENSA. Estado General de la Armada. Cuerpo de
Sanidad. Año 1859.