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lunes, 18 de septiembre de 2017

JUAN REDONDO GODINO Y MANUEL BALLESTEROS PARDO. DOS MÉDICOS DE ARMADA EN FILIPINAS.


Las incidencias médico-quirúrgicas que van a ocurrir en el desgraciado combate naval de Cavite la tenemos reflejadas en el relato de uno de los médicos participantes. Es el caso del primer médico Juan Redondo y Godino, embarcado en el crucero Isla de Cuba, quien publicó un artículo en la Revista General de Marina, en abril de 1904, en donde cuenta sus impresiones de este combate naval y de las que podemos comentar los puntos más importantes.
En 1896 zarpa de Cádiz en el crucero Isla de Cuba, rumbo a Manila y una vez llegado a Filipinas, con los demás buques del apostadero, realizará unas maniobras navales en Luzón para dirigirse después a Ilo-Ilo, hasta primeros de marzo del 98 en que regresa a Manila. Juan Redondo muestra su satisfacción porque el Isla de Cuba lleva un instrumental quirúrgico nuevo; aséptico, encerrado en estuches de níquel, pulimentados y brillantes. El cargo de medicinas y el material de curaciones están completos. No obstante, piensa que sería necesario adquirir: gran cantidad de apósitos y vendajes, gasas asépticas, fenicadas, sublimadas, y yodofórmicas, algodones hidrófilos, antisépticos y una gran cantidad de suero Hayem, utilizado para combatir el shock provocado por los brutales destrozos. Piensa en el grave problema que existe para transportar los heridos; pues “con las camillas, literas, extensores, sillones y delantales que se han inventado, podría formarse un museo”. Sigue preocupado porque el barco es pequeño y está dividido en varios departamentos sin ninguna comunicación. Callejones estrechos, escotillas reducidas, escalas demasiados verticales, y la conducción de los heridos solo se podría hacer “a brazos”. Grave problema el de la enfermería de combate pues la enfermería ordinaria, situada en cubierta, a babor y debajo del puente, está constituida por un camarote con cuatro literas; hay una estantería para medicinas, instrumental, material de curaciones, y cargo del practicante. Es pequeña y no adecuada para el combate. Podría establecerse la enfermería de combate en la cámara de oficiales como lo hicieron en una ocasión los médicos de la Armada japonesa. Se puede disponer de ocho camarotes contiguos con literas, contándose con veinticuatro camas. La mesa de comedor hará de mesa de operaciones y se hará provisión de agua; utilizando jarros, lavabos y palanganeros. Esta pasajera euforia que experimenta nuestro médico, es interrumpida de repente por un terrible pensamiento; dentro de la cámara hay tres pañoles de municiones con granadas y torpedos, a lo que hay que sumarle la maquinaria del servomotor con sus emanaciones.
Llega la noticia de que la escuadra enemiga ha salido de la Bahía de Mirs, territorio de China bajo control británico, el día 27 de abril por la mañana. El Isla de Cuba navega en situación de combate, colocándose por la aleta de estribor del Reina Cristina. A las diez de la noche se toca silencio y se retira a descansar la mitad de la dotación. A media noche suena un cañonazo, señal que transmite el Marqués del Duero, anunciando que el enemigo ha franqueado la isla del Corregidor. La noche es clara, de luna, aunque de vez en cuando aparecen grandes y densos nubarrones. A la llegada a la bahía de Manila, esta ofrece un aspecto desolador. Ni en el puerto ni en la costa se aprecia una sola luz, pues se ha apagado toda la iluminación. Existe una gran calma que a Juan Redondo se le antoja como precursora de un gran acontecimiento. A las cuatro de la mañana, paseando por la toldilla con el oficial de guardia, observan luces en dirección a la desembocadura del rio Bulacán. Es la escuadra americana. En este momento, el Reina Cristina iza en el pico de mesana; tres faroles rojos, indicando la señal de prepararse para abrir fuego. Se apagan las pocas luces que quedan encendidas y vuelve un silencio sepulcral. Son las 5 y 30 de la mañana y la batería de punta Sangley, en el norte de Cavite, hace el primer disparo, seguido por todos los buques españoles. Al momento es contestado por los americanos. El Isla de Cuba es sacudido con violencia y a Juan Redondo se le ha confiado la misión de custodiar la llave de los grifos de los pañoles de popa, con la intención de inundarlos cundo se le ordenara o creyera conveniente. Comienza situándose en la enfermería de combate, pasando revista a la caja de instrumentos y material de curaciones, cuando se escucha un grito de ¡Viva España!, repetido varias veces, resuena por todo el barco y al instante se escucha: “Lo hemos echado a pique”. Uno de los tiros del Isla de Cuba había hecho blanco en un buque enemigo. Se trata del Baltimore, pero solo habían logrado inclinarlo con serias averías. El Reina Cristina es el blanco principal del enemigo y aparece un incendio a bordo, mientras que infinidad de granadas pasan por encima del Isla de Cuba y cortando drizas y jarcias explotan al chocar con el agua. Aparece un segundo incendio en el Cristina, y estando en esta preocupación, una avalancha de heridos que después se comprobó ser 37, llegan a la enfermería del Isla de  Cuba.Curiosamente; ninguno pedía ser curado, solo pedían agua. Las lesiones fundamentales eran: Desgarros, magullamientos o destrozos, y rara vez una sola; generalmente varias, y muchas de ellas se complicaban con fracturas. Un oficial tenía catorce heridas con quemaduras en cara y manos y hubo que aplicar grandes apósitos antisépticos para absorber la sangre y dejar las heridas resguardadas del contacto del aire. Se reanimó a muchos heridos con inyección de suero o “bebida cordial”. No se podía pensar en alguna operación quirúrgica de importancia. A un contramaestre hubo de extraerle un enorme fragmento de granada. En ese momento llega la noticia de que el Jefe de la Escuadra ha sido herido, teniendo que acudir a socorrerlo el médico del Cristina, Antonio Siñigo quien había trasbordado al incendiarse su buque. Después de curar a su herido y administrarle una inyección de suero, Juan Redondo acude inmediatamente a interesarse por el jefe de la escuadra. Al llegar a cubierta se encuentra que el combate ha terminado y estaban fondeados en el Arsenal. El general le comunica que debe dirigirse al Austria para hacerse cargo de los heridos, entre los que se encuentra el médico de este navío. En un bote parte del Arsenal y cuando llega a la punta de Guadalupe se queda asombrado. El aspecto es desolador. Trozos de madera, fragmentos de botes, de remos, salvavidas, y multitud de objetos. Uno de los botes tenía una O en la proa, indicando de que pertenecía al Olympia, buque insignia americano, y este bote sería arrojado al mar al haberse declarado un incendio a bordo de este navío. El Cristina y el Castilla habían sido devorados por las llamas y cerca de ellos; el Ulloa y el Austria. El comandante de este último, Juan de la Concha, había muerto en el combate. Al subir a bordo del Austria, el barco daba la impresión de una casa en ruinas. El médico; Manuel Ballesteros, había realizado un acto heroico. Cuando el barco tuvo el primer herido, bajó a la enfermería y estando curándolo, un casco de granada le fracturó una pierna. Cuando aún no había acabado, le comunican que en el sollado de proa se desangran dos hombres. Entonces; pide que le cojan en brazos y atravesó la cubierta, de popa a proa, bajo el fuego enemigo.Una vez en el sollado, con ayuda del practicante, logra controlar la situación, conteniendo las hemorragias y logrando salvar la vida de los marineros. Después de solucionar los problemas más importantes de la enfermería del Austria, Juan Redondo embarca en un bote en el que van dos muertos y catorce heridos, remolcado por una lancha de vapor y con intención de llevarlos al Hospital de Cañacao, pero este ha sido abandonado, trasladándose enfermos y personal sanitario a San Roque por estar más alejado de los bombardeos. El director en ese momento, es el médico mayor y jefe de clínica: Hermenegildo Tomás del Valle, quien había mandado colocar una bandera con la cruz roja izada en lo alto de un palo y en plena playa de San Roque, con el fin de advertir a amigos y adversarios de la existencia del centro hospitalario. Al poco tiempo de llegar al hospital, el enemigo rompe el fuego y comienza el bombardeo del Arsenal. Una granada estalla en la puerta del hospital alcanzando a dos paisanos que habían acudido a buscar refugio en el. A los heridos de la escuadra se le suman los del Arsenal, quedando el hospital abarrotado, mientras que barcos incendiados hacen explosión por las granadas almacenadas, como fue el caso del Lezo, cargado de dinamita. Al día siguiente, nuestro médico contempla en la playa al Isla de Cuba echado a pique con su chimenea y palos rendidos y quemada la superestructura. Con gran tristeza piensa que en el queda cuanto poseía; equipo, instrumentos, los retratos de su madre, mujer e hijos, dinero y algunos objetos sin valor. Al separarse de la playa y al llegar al istmo, otra impresión impactante. La población indígena de Cavite abandonando en masa la ciudad. Hombres, mujeres y niños huyen a la desbandada; unos en coches, otros en carromatos, otros en carretas, pero la inmensa mayoría a pié, llevando a cuesta su ajuar. Al llegar al Arsenal, Juan Redondo es asignado al Hospital de Cañacao, otra vez habilitado, a donde comienzan a llegar heridos de gravedad quienes requieren intervenciones quirúrgicas de importancia, como es el caso de la amputación del muslo a un indio a quien un casco de granada se lo había destrozado. Más tarde se comunica que los americanos han desembarcados y las tropas españolas comienzan la evacuación. El jefe de sanidad del Apostadero envía a Juan Redondo a parlamentar con el enemigo. Llevando la insignia de la Cruz Roja, que le ha proporcionado una Hermana de la Caridad, colocada en un brazo, llega a las líneas enemigas, encontrando a estos desplegados como en guerrilla, y siendo escoltado por dos marineros americanos; llega al lugar donde se encuentra el oficial que manda las fuerzas. Le saluda militarmente y le comunica que es un médico de la Armada española destinado en el Hospital de cuyo techo ondea la bandera con la Cruz Roja, y el día anterior las granadas americanas habían causado la muerte de personas en su puerta. El oficial quien se identifica como el comandante del Concord, se lamenta mucho de lo ocurrido, manifestando que para ellos: los heridos, mujeres y niños, son sagrados. Una vez evacuado Cavite, la población ribereña se precipita sobre la ciudad, saqueando el Arsenal y demás dependencias, así como las casas de los españoles, de los chinos, establecimientos y viviendas de los indígenas acomodados. Al día siguiente; los indígenas del interior asaltaron el Hospital Civil de Cavite mientras que los heridos y personal del hospital de sangre de San Roque pudieron llegar al de Cañacao, donde también se refugiaron los enfermos y heridos del Hospital Militar del Ejército. Después; acudieron a Cañacao las mujeres españolas, los niños y varios frailes. El director del Hospital envía a Redondo a Manila, con el fin de notificar la situación, pero el camino terrestre está interceptado por los indígenas y el marítimo por los americanos, aunque este último es sin duda alguna más seguro. Ahora surge el problema de conseguir una embarcación. No obstante, encuentra una con la que puede llegar al Olympia y hablar con el Almirante americano Dewey quien le promete trasladar los enfermos y heridos al Arsenal. Esta medida es impracticable, Dewey no cede y al final puede convencerle gracias a la intercesión del cónsul de Inglaterra. De este modo, los enfermos pudieron ser trasladados a Manila.


Manuel Ballesteros Pardo. Salvador Clavijo. Historia del Cuerpo de Sanidad de la Armada. P 390

BIBLIOGRAFÍA

CLAVIJO Y CLAVIJO, S. Historia del Cuerpo de Sanidad de la Armada. San Fernando. Tipografía de Fernando Espín Peña, 1925
GRACIA RIVAS, M. La Sanidad Naval española. Historia y evolución. E. N. Bazán. Barcelona, 1995.
Redondo Godino, J. “Combate naval de Cavite: Impresiones de un médico”. Revista General de Marina. Madrid. Abril, 1904.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J.. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martinez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.


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