Las incidencias médico-quirúrgicas
que van a ocurrir en el desgraciado combate naval de Cavite la tenemos reflejadas en el
relato de uno de los médicos participantes. Es el caso del primer médico Juan
Redondo y Godino, embarcado en el crucero Isla de Cuba, quien publicó un artículo
en la Revista General de Marina, en abril de 1904, en donde cuenta sus
impresiones de este combate naval y de las que podemos comentar los
puntos más importantes.
En 1896 zarpa de Cádiz en el crucero
Isla de Cuba, rumbo a Manila y una vez llegado a Filipinas, con los demás
buques del apostadero, realizará unas maniobras navales en Luzón para dirigirse
después a Ilo-Ilo, hasta primeros de marzo del 98 en que regresa a Manila. Juan
Redondo muestra su satisfacción porque el Isla de Cuba lleva un instrumental
quirúrgico nuevo; aséptico, encerrado en estuches de níquel, pulimentados y
brillantes. El cargo de medicinas y el material de curaciones están completos.
No obstante, piensa que sería necesario adquirir: gran cantidad de apósitos y
vendajes, gasas asépticas, fenicadas, sublimadas, y yodofórmicas, algodones
hidrófilos, antisépticos y una gran cantidad de suero Hayem, utilizado para
combatir el shock provocado por los brutales destrozos. Piensa en el grave
problema que existe para transportar los heridos; pues “con las camillas,
literas, extensores, sillones y delantales que se han inventado, podría
formarse un museo”. Sigue preocupado porque el barco es pequeño y está dividido
en varios departamentos sin ninguna comunicación. Callejones estrechos, escotillas
reducidas, escalas demasiados verticales, y la conducción de los heridos solo
se podría hacer “a brazos”. Grave problema el de la enfermería de combate pues
la enfermería ordinaria, situada en cubierta, a babor y debajo del puente, está
constituida por un camarote con cuatro literas; hay una estantería para
medicinas, instrumental, material de curaciones, y cargo del practicante. Es
pequeña y no adecuada para el combate. Podría establecerse la enfermería de
combate en la cámara de oficiales como lo hicieron en una ocasión los médicos
de la Armada japonesa. Se puede disponer de ocho camarotes contiguos con
literas, contándose con veinticuatro camas. La mesa de comedor hará de mesa de
operaciones y se hará provisión de agua; utilizando jarros, lavabos y
palanganeros. Esta pasajera euforia que experimenta nuestro médico, es
interrumpida de repente por un terrible pensamiento; dentro de la cámara hay
tres pañoles de municiones con granadas y torpedos, a lo que hay que sumarle la
maquinaria del servomotor con sus emanaciones.
Llega la noticia de que la escuadra
enemiga ha salido de la Bahía de Mirs, territorio de China bajo control
británico, el día 27 de abril por la mañana. El Isla de Cuba navega en
situación de combate, colocándose por la aleta de estribor del Reina Cristina.
A las diez de la noche se toca silencio y se retira a descansar la mitad de la
dotación. A media noche suena un cañonazo, señal que transmite el Marqués del
Duero, anunciando que el enemigo ha franqueado la isla del Corregidor. La noche
es clara, de luna, aunque de vez en cuando aparecen grandes y densos
nubarrones. A la llegada a la bahía de Manila, esta ofrece un aspecto
desolador. Ni en el puerto ni en la costa se aprecia una sola luz, pues se ha
apagado toda la iluminación. Existe una gran calma que a Juan Redondo se le
antoja como precursora de un gran acontecimiento. A las cuatro de la mañana,
paseando por la toldilla con el oficial de guardia, observan luces en dirección
a la desembocadura del rio Bulacán. Es la escuadra americana. En este momento,
el Reina Cristina iza en el pico de mesana; tres faroles rojos, indicando la
señal de prepararse para abrir fuego. Se apagan las pocas luces que quedan
encendidas y vuelve un silencio sepulcral. Son las 5 y 30 de la mañana y la batería
de punta Sangley, en el norte de Cavite, hace el primer disparo, seguido por
todos los buques españoles. Al momento es contestado por los americanos. El
Isla de Cuba es sacudido con violencia y a Juan Redondo se le ha confiado la
misión de custodiar la llave de los grifos de los pañoles de popa, con la
intención de inundarlos cundo se le ordenara o creyera conveniente. Comienza situándose en la enfermería de combate, pasando revista a la caja de
instrumentos y material de curaciones, cuando se escucha un grito de ¡Viva
España!, repetido varias veces, resuena por todo el barco y al instante se
escucha: “Lo hemos echado a pique”. Uno de los tiros del Isla de Cuba había
hecho blanco en un buque enemigo. Se trata del Baltimore, pero solo habían
logrado inclinarlo con serias averías. El Reina Cristina es el blanco principal
del enemigo y aparece un incendio a bordo, mientras que infinidad de granadas
pasan por encima del Isla de Cuba y cortando drizas y jarcias explotan al
chocar con el agua. Aparece un segundo incendio en el Cristina, y estando en
esta preocupación, una avalancha de heridos que después se comprobó ser 37,
llegan a la enfermería del Isla de Cuba.Curiosamente; ninguno pedía ser
curado, solo pedían agua. Las lesiones fundamentales eran: Desgarros,
magullamientos o destrozos, y rara vez una sola; generalmente varias, y muchas
de ellas se complicaban con fracturas. Un oficial tenía catorce heridas con
quemaduras en cara y manos y hubo que aplicar grandes apósitos antisépticos
para absorber la sangre y dejar las heridas resguardadas del contacto del aire.
Se reanimó a muchos heridos con inyección de suero o “bebida cordial”. No se
podía pensar en alguna operación quirúrgica de importancia. A un contramaestre
hubo de extraerle un enorme fragmento de granada. En ese momento llega la
noticia de que el Jefe de la Escuadra ha sido herido, teniendo que acudir a
socorrerlo el médico del Cristina, Antonio Siñigo quien había trasbordado al
incendiarse su buque. Después de curar a su herido y administrarle una
inyección de suero, Juan Redondo acude inmediatamente a interesarse por el jefe de la
escuadra. Al llegar a cubierta se encuentra que el combate ha terminado y
estaban fondeados en el Arsenal. El general le comunica que debe dirigirse al
Austria para hacerse cargo de los heridos, entre los que se encuentra el médico
de este navío. En un bote parte del Arsenal y cuando llega a la punta de
Guadalupe se queda asombrado. El aspecto es desolador. Trozos de madera,
fragmentos de botes, de remos, salvavidas, y multitud de objetos. Uno de los
botes tenía una O en la proa, indicando de que pertenecía al Olympia, buque
insignia americano, y este bote sería arrojado al mar al haberse declarado un
incendio a bordo de este navío. El Cristina y el Castilla habían sido devorados
por las llamas y cerca de ellos; el Ulloa y el Austria. El comandante de este
último, Juan de la Concha, había muerto en el combate. Al subir a bordo del
Austria, el barco daba la impresión de una casa en ruinas. El médico; Manuel
Ballesteros, había realizado un acto heroico. Cuando el barco tuvo el primer
herido, bajó a la enfermería y estando curándolo, un casco de granada le
fracturó una pierna. Cuando aún no había acabado, le comunican que en el
sollado de proa se desangran dos hombres. Entonces; pide que le cojan en brazos
y atravesó la cubierta, de popa a proa, bajo el fuego enemigo.Una vez en el
sollado, con ayuda del practicante, logra controlar la situación, conteniendo
las hemorragias y logrando salvar la vida de los marineros. Después de
solucionar los problemas más importantes de la enfermería del Austria, Juan
Redondo embarca en un bote en el que van dos muertos y catorce heridos,
remolcado por una lancha de vapor y con intención de llevarlos al Hospital
de Cañacao, pero este ha sido abandonado, trasladándose enfermos y personal
sanitario a San Roque por estar más alejado de los bombardeos. El director en
ese momento, es el médico mayor y jefe de clínica: Hermenegildo Tomás del Valle,
quien había mandado colocar una bandera con la cruz roja izada en lo alto de un
palo y en plena playa de San Roque, con el fin de advertir a amigos y
adversarios de la existencia del centro hospitalario. Al poco tiempo de llegar
al hospital, el enemigo rompe el fuego y comienza el bombardeo del Arsenal. Una
granada estalla en la puerta del hospital alcanzando a dos paisanos que habían
acudido a buscar refugio en el. A los heridos de la escuadra se le suman los
del Arsenal, quedando el hospital abarrotado, mientras que barcos incendiados
hacen explosión por las granadas almacenadas, como fue el caso del Lezo,
cargado de dinamita. Al día siguiente, nuestro médico contempla en la playa al
Isla de Cuba echado a pique con su chimenea y palos rendidos y quemada la
superestructura. Con gran tristeza piensa que en el queda cuanto poseía;
equipo, instrumentos, los retratos de su madre, mujer e hijos, dinero y algunos
objetos sin valor. Al separarse de la playa y al llegar al istmo, otra
impresión impactante. La población indígena de Cavite abandonando en masa la
ciudad. Hombres, mujeres y niños huyen a la desbandada; unos en coches, otros
en carromatos, otros en carretas, pero la inmensa mayoría a pié, llevando a
cuesta su ajuar. Al llegar al Arsenal, Juan Redondo es asignado al Hospital de
Cañacao, otra vez habilitado, a donde comienzan a llegar heridos de gravedad
quienes requieren intervenciones quirúrgicas de importancia, como es el caso de
la amputación del muslo a un indio a quien un casco de granada se lo había
destrozado. Más tarde se comunica que los americanos han desembarcados y las
tropas españolas comienzan la evacuación. El jefe de sanidad del Apostadero
envía a Juan Redondo a parlamentar con el enemigo. Llevando la insignia de la
Cruz Roja, que le ha proporcionado una Hermana de la Caridad, colocada en un
brazo, llega a las líneas enemigas, encontrando a estos desplegados como en
guerrilla, y siendo escoltado por dos marineros americanos; llega al lugar
donde se encuentra el oficial que manda las fuerzas. Le saluda militarmente y
le comunica que es un médico de la Armada española destinado en el Hospital de
cuyo techo ondea la bandera con la Cruz Roja, y el día anterior las granadas
americanas habían causado la muerte de personas en su puerta. El oficial quien
se identifica como el comandante del Concord, se lamenta mucho de lo ocurrido,
manifestando que para ellos: los heridos, mujeres y niños, son sagrados. Una
vez evacuado Cavite, la población ribereña se precipita sobre la ciudad, saqueando
el Arsenal y demás dependencias, así como las casas de los españoles, de los
chinos, establecimientos y viviendas de los indígenas acomodados. Al día
siguiente; los indígenas del interior asaltaron el Hospital Civil de Cavite
mientras que los heridos y personal del hospital de sangre de San Roque
pudieron llegar al de Cañacao, donde también se refugiaron los enfermos y
heridos del Hospital Militar del Ejército. Después; acudieron a Cañacao las
mujeres españolas, los niños y varios frailes. El director del Hospital
envía a Redondo a Manila, con el fin de notificar la situación, pero el camino
terrestre está interceptado por los indígenas y el marítimo por los americanos,
aunque este último es sin duda alguna más seguro. Ahora surge el problema de
conseguir una embarcación. No obstante, encuentra una con la que puede llegar
al Olympia y hablar con el Almirante americano Dewey quien le promete trasladar los
enfermos y heridos al Arsenal. Esta medida es impracticable, Dewey no cede y al
final puede convencerle gracias a la intercesión del cónsul de Inglaterra. De
este modo, los enfermos pudieron ser trasladados a Manila.
Manuel Ballesteros Pardo. Salvador Clavijo. Historia del Cuerpo de Sanidad de la Armada. P 390
BIBLIOGRAFÍA
CLAVIJO Y CLAVIJO, S. Historia del Cuerpo de Sanidad de la Armada. San Fernando. Tipografía de Fernando Espín Peña, 1925
GRACIA RIVAS, M. La Sanidad Naval española. Historia y evolución. E. N. Bazán. Barcelona, 1995.
Redondo
Godino, J. “Combate naval de Cavite: Impresiones de un médico”.
Revista General de Marina. Madrid. Abril, 1904.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J.. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martinez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario