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lunes, 25 de septiembre de 2017

HERMENEGILDO TOMÁS DEL VALLE ORTEGA. MÉDICO DE ARMADA EN FILIPINAS.


En el año1897 es destinado, como voluntario, a Filipinas, embarcando de transporte el 18 de junio de este año, en el Vapor Mercante León XIII con  el que llega a Manila el 16 de julio. Había sido destinado al Hospital de Marina Nuestra Señora de los Dolores en Cañacao. Está encargado de la Clínica 1ª de Medicina y de la asistencia de la Sala de oficiales. Además es el 2º jefe del Hospital ya que en este centro no hay destino de Jefe de servicios. 
En 1898  tiene que hacerse cargo de la Dirección del Hospital al pasar su director, el subinspector 2º Francisco Carrasco, a ocupar la Jefatura de Sanidad del Arsenal de Cavite. Estalla la guerra con Estados Unidos y tiene que efectuar la evacuación del Hospital en dos ocasiones. Posteriormente al conflicto, quedará a las órdenes del Inspector de Sanidad Militar del Ejército.
En1899, el Subinspector 2º de Sanidad de la Armada Francisco Carrasco Enríquez tiene que regresar a la península por enfermo y Tomás del Valle ocupará la Jefatura de Sanidad del Apostadero, al ser el más antiguo de los médicos de Armada. Se ha suprimido la Comandancia General y queda afecto a la Comisión liquidadora de la Marina en Filipinas, y habiendo llegado a Manila los prisioneros españoles que se encontraban en el norte de Luzón, entre los que habían numerosos enfermos y heridos, y siendo escasos los médicos del Ejército que quedaban, se presenta, con permiso de sus superiores, al Subinspector de 1ª de Sanidad Militar del Ejército Zacarías Fuertes Crespo, ofreciendo sus servicios que son aceptados de inmediato. Se le encarga un hospital instalado en el Colegio de Santo Tomás, con 150 camas.
En 1900, en el mes de marzo, se recibe un telegrama del Ministerio de Marina ordenando que la Comisión quedara reducida al Jefe y al Contador, siendo pasaportados para la Península el resto del personal, el día 15 de este mes, en el Vapor Mercante de la Compañía Trasatlántica Montevideo, llegando a Barcelona el 13 de abril y por temor a que este buque trajera la peste bubónica es enviado a Mahón, cumpliendo 10 días de la cuarentena y saliendo para Barcelona, a cuyo puerto llega el 24 de mayo. Tomás del Valle a su regreso comienza a disfrutar de una licencia de cuatro meses por estancia en ultramar.

Hermenegildo Tomás del Valle ante la guerra en Filipinas

Tomás del Valle se hace cargo de la dirección del Hospital de Cañacao el día 18 de marzo de 1898 . El 28 de abril recibe órdenes de la superioridad de trasladar el Hospital a unos camarines de sierra que poseía en el poblado de San Roque un tal Doroteo Inocencio, debido a su proximidad a Cavite y temiendo que se produjera un bombardeo de su arsenal. Incluso se había instalado una batería en Punta Sangley, muy próximo a Cañacao. Tomás del Valle reúne al personal del establecimiento para organizar el traslado. Los enfermos y heridos tendrán que ser transportados en carruajes, incluso a brazos. Se traslada el material. Entre los días 29 y 30 queda evacuado el Hospital, habiéndose trasladados un total de 320 hombres. El día 1 de mayo una escuadra americana procedente de Hong-Kong, al mando del comodoro Dewey, se presenta en la costa occidental de la isla de Luzón y dobla la isla del Corregidor, encontrándose con la escuadra española que manda el contralmirante Patricio Montojo Pasarón, fondeada frente al Arsenal de Cavite. Las cornetas de la Plaza habían tocado a las 2 de la madrugada: atención, para que todo el personal se presentara en su destino. En el Hospital estaban preparados las camas e instrumentos. Comienza el fuego a las 6 de la mañana, y media hora más tarde entra el primer herido, un paisano indio.Después comienzan a entrar más. Se recibe una orden urgente para que acudan al Arsenal de Cavite médicos y practicantes, con el fin de curar a los heridos desembarcados de la Escuadra. Como los dos jefes de clínica del Hospital se han marchado, solo queda Hermenegildo en el Centro. Los proyectiles enemigos caen en las mismas puertas del Hospital. Juan Redondo Godino es el primer médico del crucero Isla de Cuba quien en un articulo publicado años más tarde, nos habla de aquella odisea de la que también fue protagonista. Cuando se dirige al Hospital de Cañacao en una falúa con heridos y algunos cadáveres, se entera de su evacuación a San Roque y nos cuenta que se había colocado una bandera de la Cruz Roja izada en lo alto de un palo, en la playa próxima al Hospital. Aun así había estallado una granada en las mismas puertas del Centro y había producido la muerte de dos paisanos que acudían a pedir asistencia. Cuando se comunica que los americanos han desembarcado; el Jefe de Sanidad del Apostadero envía a Juan Redondo a parlamentar con el enemigo. Lleva sobre un brazo el brazalete de la Cruz Roja que le ha colocado una monja del Hospital y llegando a las líneas enemigas es conducido por dos marineros americanos ante el jefe de las fuerzas. Le saluda militarmente, se identifica como oficial médico de la Marina española, destinado en el hospital en cuyo techo ondea la bandera con la Cruz Roja y el día anterior las granadas americanas habían causado la muerte de personas en su puerta. El oficial que se identifica como el comandante del Concord, se lamenta mucho de lo ocurrido, manifestando que para los Estados Unidos de América: los heridos, mujeres y niños son sagrados. Cuando se recibe la noticia de que se iba a bombardear Cavite y San Roque, como los camarines era un sitio muy expuesto, al ser de madera y con peligro de incendio, Hermenegildo Tomás solicita permiso al jefe del Arsenal que es el capitán de navío de 1ª clase Enrique Sostoa Ordoñez, para trasladar el Hospital a otro sitio, quien responde que hiciera lo que creyese más oportuno. Ello fue el traslado  de todo el hospital a la Iglesia de San Roque, la cual era de piedra. Quedaba claro que el Hospital estaba amparado por el Convenio de Ginebra. Una vez enterados de que no tendría lugar el bombardeo, los enfermos y heridos son trasladados de nuevo al Hospital de Cañacao. Al no haber quedado personal subalterno, los mismos médicos tienen que colocar a los heridos en carretas. La casa de Tomás del Valle, en Cavite, ha sido saqueada por los insurrectos. Al llegar a su Hospital de Cañacao, se encuentra que no hay camas suficientes porque está lleno de familias acogidas y tiene que dormir en el suelo. El día 3, por la mañana, manda a la Escuadra americana dos médicos que hablan ingles, con el fin de entrevistarse con el Almirante Dewey y manifestarle que acogiéndose al Tratado de Ginebra pide la evacuación del hospital a Manila. Juan Redondo nos cuenta en su relato que abandonado Cavite, los indígenas habían asaltado el Hospital civil mientras que los heridos y personal del hospital de sangre de San Roque pudieron llegar al de Cañacao, donde también se refugiaron los enfermos y heridos del Hospital Militar del Ejército. Después acudieron al Hospital; mujeres, niños y  varios frailes. Según relato propio; Juan Redondo es uno de los médicos enviados por Tomás del Valle a parlamentar con los americanos, al no poder comunicar la situación a las autoridades militares españolas de Manila por estar los caminos terrestres interceptados por los indígenas. Aunque el camino marítimo estaba interceptado por los americanos, era más seguro. Cundo Juan Redondo llega al Acorazado Olympia, buque insignia de Dewey, el almirante americano se empeña en trasladar a los enfermos y heridos españoles al Arsenal, por considerarlo más seguro. Para los médicos españoles esta medida es impracticable ,pero Dewey no cede y al final se le puede convencer gracias a la intercesión del cónsul de Inglaterra. El jefe de Estado Mayor americano va a prestar una embarcación con la condición de que sea devuelta y no se quedara en Manila. Dejando una guardia de 10 hombres para defender el Hospital de los insurrectos, se dispone a embarcar a los heridos y enfermos, muchos de ellos en situación de extrema gravedad, incluso algunos recién operados. Llegado a su destino, quedan todos alojados en el hospital ambulante de San Gabriel, del Ejército. El día 10 de mayo; ordena el almirante Montojo formar un hospital de Marina, en Manila, en el Convento de Nuestra Señora de Guadalupe de los Agustinos Recoletos, para cuya empresa había sido nombrado un contador de la Comisión de Compras, con la finalidad de adquirir lo necesario. Después de efectuar algunas obras, a los quince días el hospital funcionaba con toda regularidad, albergando a todos los enfermos y heridos, excepto a aquellos que por su gravedad habían quedados en los hospitales ambulantes del Ejército. El día 4 de junio; el coronel Lasala pierde la línea del rio Zapote, tiene que replegarse a Taguig para posteriormente retroceder a Guadalupe, quedando el Hospital a vanguardia del Ejército. Entonces; previniendo una invasión del enemigo, se da la orden de que saliera todo el personal refugiado en él que no fuera enfermo o herido o trabajador del centro. El personal sanitario que queda en el recinto se reduce a dos médicos segundos, un farmacéutico, varias hermanas enfermeras, algunos practicantes, y el director Tomás del Valle. Además, el intendente y el capellán. Cuando llegan los insurrectos piden al teniente que manda una fuerza de 20 hombres, defendiendo el edificio, se rindiera. Tomás del Valle manda una nota al jefe de los tagalos, recordándole la neutralidad del Hospital, pero hace caso omiso.Se rompe el fuego y al final entran los insurrectos; atropellando, robando y maltratando. El día 6 llega al convento de Guadalupe el general del ejército tagalo Pio del Pilar, formando de inmediato un Consejo de Guerra, y parte para Emilio Aguinaldo, jefe supremo de la revolución, un oficio en el que se pide el fusilamiento del teniente que defendía el Convento y el del director Tomás del Valle, por la  resistencia de ambos a la negociación de rendición. El día 11 llega al Hospital un convoy de heridos procedentes del destacamento de cazadores de Calambá. El día 12 se presenta el cónsul de Inglaterra para liberar el Hospital pero los tagalos no quieren entregar a los cazadores heridos. Hermenegildo se queda voluntariamente prisionero en el Hospital para no abandonar a sus heridos. El día 21 acude un médico mayor de Sanidad Militar del Ejército para buscar a los heridos y a Hermenegildo Tomás del Valle, con autorización pactada para conducirlos a todos a Manila, terminando la terrible odisea. Los pasos posteriores por la Jefatura de Sanidad del Apostadero, la Comisión liquidadora y el Hospital provisional del Colegio de Santo Tomás, ya lo conocemos.

Hermenegildo Tomás del Valle como secretario del sección XIV del XIV Congreso Internacional de Medicina. Madrid, 1905. 
Banco de imágenes de la Medicina española. Real Academia Nacional de Medicina.
www.bancoimagenesmedicina.com

BIBLIOGRAFÍA

ARCHIVO GENERAL DE MARINA ÁLVARO DE BAZÁN. Hoja de Servicios de Hermenegildo Tomás del Valle y Ortega. Legº. nº. 2898/150.
CLAVIJO Y CLAVIJO, S. Historia del Cuerpo de Sanidad de la Armada. San Fernando. Tipografía de Fernando Espín Peña, 1925na, 1995.
ESTADO GENERAL DE LA ARMADA. Años de 1898 a 1914. Biblioteca y Archivo Naval de San Fernando.
GRACIA RIVAS, M. La Sanidad Naval española. Historia y evolución. E. N. Bazán. Barcelona, 1995.
PUIG-SAMPER, M.A. “El Dr. Valle y Ortega: médico naval y antropólogo”. Revista de Historia Naval. Año IV. 1986. Número 12, pp. 45-65. Instituto de Historia y Cultura Naval. Armada española. Biblioteca Naval de San Fernando.
REDONDO GODINO, J. “Combate de Cavite: Impresiones de un médico”. Revista General de Marina. Madrid, abril, 1904. Biblioteca Naval de San Fernando.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FÉRNANDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martinez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.
WIKIPEDIA. www.wikipedia.org/wiki


lunes, 18 de septiembre de 2017

JUAN REDONDO GODINO Y MANUEL BALLESTEROS PARDO. DOS MÉDICOS DE ARMADA EN FILIPINAS.


Las incidencias médico-quirúrgicas que van a ocurrir en el desgraciado combate naval de Cavite la tenemos reflejadas en el relato de uno de los médicos participantes. Es el caso del primer médico Juan Redondo y Godino, embarcado en el crucero Isla de Cuba, quien publicó un artículo en la Revista General de Marina, en abril de 1904, en donde cuenta sus impresiones de este combate naval y de las que podemos comentar los puntos más importantes.
En 1896 zarpa de Cádiz en el crucero Isla de Cuba, rumbo a Manila y una vez llegado a Filipinas, con los demás buques del apostadero, realizará unas maniobras navales en Luzón para dirigirse después a Ilo-Ilo, hasta primeros de marzo del 98 en que regresa a Manila. Juan Redondo muestra su satisfacción porque el Isla de Cuba lleva un instrumental quirúrgico nuevo; aséptico, encerrado en estuches de níquel, pulimentados y brillantes. El cargo de medicinas y el material de curaciones están completos. No obstante, piensa que sería necesario adquirir: gran cantidad de apósitos y vendajes, gasas asépticas, fenicadas, sublimadas, y yodofórmicas, algodones hidrófilos, antisépticos y una gran cantidad de suero Hayem, utilizado para combatir el shock provocado por los brutales destrozos. Piensa en el grave problema que existe para transportar los heridos; pues “con las camillas, literas, extensores, sillones y delantales que se han inventado, podría formarse un museo”. Sigue preocupado porque el barco es pequeño y está dividido en varios departamentos sin ninguna comunicación. Callejones estrechos, escotillas reducidas, escalas demasiados verticales, y la conducción de los heridos solo se podría hacer “a brazos”. Grave problema el de la enfermería de combate pues la enfermería ordinaria, situada en cubierta, a babor y debajo del puente, está constituida por un camarote con cuatro literas; hay una estantería para medicinas, instrumental, material de curaciones, y cargo del practicante. Es pequeña y no adecuada para el combate. Podría establecerse la enfermería de combate en la cámara de oficiales como lo hicieron en una ocasión los médicos de la Armada japonesa. Se puede disponer de ocho camarotes contiguos con literas, contándose con veinticuatro camas. La mesa de comedor hará de mesa de operaciones y se hará provisión de agua; utilizando jarros, lavabos y palanganeros. Esta pasajera euforia que experimenta nuestro médico, es interrumpida de repente por un terrible pensamiento; dentro de la cámara hay tres pañoles de municiones con granadas y torpedos, a lo que hay que sumarle la maquinaria del servomotor con sus emanaciones.
Llega la noticia de que la escuadra enemiga ha salido de la Bahía de Mirs, territorio de China bajo control británico, el día 27 de abril por la mañana. El Isla de Cuba navega en situación de combate, colocándose por la aleta de estribor del Reina Cristina. A las diez de la noche se toca silencio y se retira a descansar la mitad de la dotación. A media noche suena un cañonazo, señal que transmite el Marqués del Duero, anunciando que el enemigo ha franqueado la isla del Corregidor. La noche es clara, de luna, aunque de vez en cuando aparecen grandes y densos nubarrones. A la llegada a la bahía de Manila, esta ofrece un aspecto desolador. Ni en el puerto ni en la costa se aprecia una sola luz, pues se ha apagado toda la iluminación. Existe una gran calma que a Juan Redondo se le antoja como precursora de un gran acontecimiento. A las cuatro de la mañana, paseando por la toldilla con el oficial de guardia, observan luces en dirección a la desembocadura del rio Bulacán. Es la escuadra americana. En este momento, el Reina Cristina iza en el pico de mesana; tres faroles rojos, indicando la señal de prepararse para abrir fuego. Se apagan las pocas luces que quedan encendidas y vuelve un silencio sepulcral. Son las 5 y 30 de la mañana y la batería de punta Sangley, en el norte de Cavite, hace el primer disparo, seguido por todos los buques españoles. Al momento es contestado por los americanos. El Isla de Cuba es sacudido con violencia y a Juan Redondo se le ha confiado la misión de custodiar la llave de los grifos de los pañoles de popa, con la intención de inundarlos cundo se le ordenara o creyera conveniente. Comienza situándose en la enfermería de combate, pasando revista a la caja de instrumentos y material de curaciones, cuando se escucha un grito de ¡Viva España!, repetido varias veces, resuena por todo el barco y al instante se escucha: “Lo hemos echado a pique”. Uno de los tiros del Isla de Cuba había hecho blanco en un buque enemigo. Se trata del Baltimore, pero solo habían logrado inclinarlo con serias averías. El Reina Cristina es el blanco principal del enemigo y aparece un incendio a bordo, mientras que infinidad de granadas pasan por encima del Isla de Cuba y cortando drizas y jarcias explotan al chocar con el agua. Aparece un segundo incendio en el Cristina, y estando en esta preocupación, una avalancha de heridos que después se comprobó ser 37, llegan a la enfermería del Isla de  Cuba.Curiosamente; ninguno pedía ser curado, solo pedían agua. Las lesiones fundamentales eran: Desgarros, magullamientos o destrozos, y rara vez una sola; generalmente varias, y muchas de ellas se complicaban con fracturas. Un oficial tenía catorce heridas con quemaduras en cara y manos y hubo que aplicar grandes apósitos antisépticos para absorber la sangre y dejar las heridas resguardadas del contacto del aire. Se reanimó a muchos heridos con inyección de suero o “bebida cordial”. No se podía pensar en alguna operación quirúrgica de importancia. A un contramaestre hubo de extraerle un enorme fragmento de granada. En ese momento llega la noticia de que el Jefe de la Escuadra ha sido herido, teniendo que acudir a socorrerlo el médico del Cristina, Antonio Siñigo quien había trasbordado al incendiarse su buque. Después de curar a su herido y administrarle una inyección de suero, Juan Redondo acude inmediatamente a interesarse por el jefe de la escuadra. Al llegar a cubierta se encuentra que el combate ha terminado y estaban fondeados en el Arsenal. El general le comunica que debe dirigirse al Austria para hacerse cargo de los heridos, entre los que se encuentra el médico de este navío. En un bote parte del Arsenal y cuando llega a la punta de Guadalupe se queda asombrado. El aspecto es desolador. Trozos de madera, fragmentos de botes, de remos, salvavidas, y multitud de objetos. Uno de los botes tenía una O en la proa, indicando de que pertenecía al Olympia, buque insignia americano, y este bote sería arrojado al mar al haberse declarado un incendio a bordo de este navío. El Cristina y el Castilla habían sido devorados por las llamas y cerca de ellos; el Ulloa y el Austria. El comandante de este último, Juan de la Concha, había muerto en el combate. Al subir a bordo del Austria, el barco daba la impresión de una casa en ruinas. El médico; Manuel Ballesteros, había realizado un acto heroico. Cuando el barco tuvo el primer herido, bajó a la enfermería y estando curándolo, un casco de granada le fracturó una pierna. Cuando aún no había acabado, le comunican que en el sollado de proa se desangran dos hombres. Entonces; pide que le cojan en brazos y atravesó la cubierta, de popa a proa, bajo el fuego enemigo.Una vez en el sollado, con ayuda del practicante, logra controlar la situación, conteniendo las hemorragias y logrando salvar la vida de los marineros. Después de solucionar los problemas más importantes de la enfermería del Austria, Juan Redondo embarca en un bote en el que van dos muertos y catorce heridos, remolcado por una lancha de vapor y con intención de llevarlos al Hospital de Cañacao, pero este ha sido abandonado, trasladándose enfermos y personal sanitario a San Roque por estar más alejado de los bombardeos. El director en ese momento, es el médico mayor y jefe de clínica: Hermenegildo Tomás del Valle, quien había mandado colocar una bandera con la cruz roja izada en lo alto de un palo y en plena playa de San Roque, con el fin de advertir a amigos y adversarios de la existencia del centro hospitalario. Al poco tiempo de llegar al hospital, el enemigo rompe el fuego y comienza el bombardeo del Arsenal. Una granada estalla en la puerta del hospital alcanzando a dos paisanos que habían acudido a buscar refugio en el. A los heridos de la escuadra se le suman los del Arsenal, quedando el hospital abarrotado, mientras que barcos incendiados hacen explosión por las granadas almacenadas, como fue el caso del Lezo, cargado de dinamita. Al día siguiente, nuestro médico contempla en la playa al Isla de Cuba echado a pique con su chimenea y palos rendidos y quemada la superestructura. Con gran tristeza piensa que en el queda cuanto poseía; equipo, instrumentos, los retratos de su madre, mujer e hijos, dinero y algunos objetos sin valor. Al separarse de la playa y al llegar al istmo, otra impresión impactante. La población indígena de Cavite abandonando en masa la ciudad. Hombres, mujeres y niños huyen a la desbandada; unos en coches, otros en carromatos, otros en carretas, pero la inmensa mayoría a pié, llevando a cuesta su ajuar. Al llegar al Arsenal, Juan Redondo es asignado al Hospital de Cañacao, otra vez habilitado, a donde comienzan a llegar heridos de gravedad quienes requieren intervenciones quirúrgicas de importancia, como es el caso de la amputación del muslo a un indio a quien un casco de granada se lo había destrozado. Más tarde se comunica que los americanos han desembarcados y las tropas españolas comienzan la evacuación. El jefe de sanidad del Apostadero envía a Juan Redondo a parlamentar con el enemigo. Llevando la insignia de la Cruz Roja, que le ha proporcionado una Hermana de la Caridad, colocada en un brazo, llega a las líneas enemigas, encontrando a estos desplegados como en guerrilla, y siendo escoltado por dos marineros americanos; llega al lugar donde se encuentra el oficial que manda las fuerzas. Le saluda militarmente y le comunica que es un médico de la Armada española destinado en el Hospital de cuyo techo ondea la bandera con la Cruz Roja, y el día anterior las granadas americanas habían causado la muerte de personas en su puerta. El oficial quien se identifica como el comandante del Concord, se lamenta mucho de lo ocurrido, manifestando que para ellos: los heridos, mujeres y niños, son sagrados. Una vez evacuado Cavite, la población ribereña se precipita sobre la ciudad, saqueando el Arsenal y demás dependencias, así como las casas de los españoles, de los chinos, establecimientos y viviendas de los indígenas acomodados. Al día siguiente; los indígenas del interior asaltaron el Hospital Civil de Cavite mientras que los heridos y personal del hospital de sangre de San Roque pudieron llegar al de Cañacao, donde también se refugiaron los enfermos y heridos del Hospital Militar del Ejército. Después; acudieron a Cañacao las mujeres españolas, los niños y varios frailes. El director del Hospital envía a Redondo a Manila, con el fin de notificar la situación, pero el camino terrestre está interceptado por los indígenas y el marítimo por los americanos, aunque este último es sin duda alguna más seguro. Ahora surge el problema de conseguir una embarcación. No obstante, encuentra una con la que puede llegar al Olympia y hablar con el Almirante americano Dewey quien le promete trasladar los enfermos y heridos al Arsenal. Esta medida es impracticable, Dewey no cede y al final puede convencerle gracias a la intercesión del cónsul de Inglaterra. De este modo, los enfermos pudieron ser trasladados a Manila.


Manuel Ballesteros Pardo. Salvador Clavijo. Historia del Cuerpo de Sanidad de la Armada. P 390

BIBLIOGRAFÍA

CLAVIJO Y CLAVIJO, S. Historia del Cuerpo de Sanidad de la Armada. San Fernando. Tipografía de Fernando Espín Peña, 1925
GRACIA RIVAS, M. La Sanidad Naval española. Historia y evolución. E. N. Bazán. Barcelona, 1995.
Redondo Godino, J. “Combate naval de Cavite: Impresiones de un médico”. Revista General de Marina. Madrid. Abril, 1904.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J.. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martinez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.


martes, 12 de septiembre de 2017

MANUEL RODRIGUEZ PALMA Y EUGENIO FERNÁNDEZ Y MENÉNDEZ VALDÉS. DOS MÉDICOS DE ARMADA EN FILIPINAS.


En el año 1867; el vapor transporte Malaspina, el cual se encontraba asignado al archipiélago filipino desde 1859, cuando se dirige de Hong-Kong a Manila, es sorprendido por un huracán que causa la inmediata desaparición de nuestro buque. Entre la dotación figura el primer médico Manuel Rodríguez Palma.

 En 1884, el crucero Gravina tiene que realizar una comisión; dirigiéndose de Manila a Shanghái, zarpando el día 8 de julio, y costeando toca en Cayo Bolinao para enfilar el canal de Formosa. En este momento le sorprende un huracán cuando se divisaba la isla de Fuga, por lo que su comandante, el capitán de fragata José García de Quesada, decide fondear en la bahía de Musa, pero debido a la furia del mencionado huracán el buque es arrojado a la playa, estrellándose sobre las rocas para quedar dividido en dos partes y comienza a hundirse por estribor. En el puente se apiñan los tripulantes, es de noche y hay que esperar el amanecer para iniciar los primeros intentos de evacuación. Se echa un calabrote por medio de un bote tripulado por el alférez de navío Gabriel Quiroga, junto a varios miembros de la dotación, pero el bote se estrella contra el costado del barco haciéndose pedazos y salvándose los tripulantes milagrosamente. La única esperanza era llevar una guía a tierra para tender un cable. Lo intenta hacerlo, a nado, el tercer contramaestre Manuel Gestal, pero perece a la vista de la dotación. Entonces; intenta la misma operación, esta vez sobre una vela de velacho, el alférez de navío Manuel Galán, acompañado de tres marineros, pero se estrellan contra el casco del buque. El médico de a bordo; el segundo médico Eugenio Fernández y Menéndez Valdés solicita permiso al comandante para llevar otra guía y aunque este trata de disuadirlo, ante la gravedad de la situación, cede. Fernández Valdés se arroja al mar, consiguiendo llegar a tierra. Está lleno de heridas y contusiones, y sin apenas tener tiempo para recuperarse, vuelve al mar para recobrar una de las guías que habían echado desde a bordo, en un gallinero. Algunos desafortunados que le habían seguido murieron mientras que otros pudieron alcanzar la orilla, y con ellos, cobrando la guía, consiguieron llevar a tierra un calabrote de acero que amarraron a un árbol, quedando establecido de esta manera un puente por el que pudieron alcanzar la orilla los que quedaban de la dotación, uno a uno, siendo el último; el comandante. De esta forma se salvaron 175 náufragos. La acción de Fernández y Menéndez Valdés pronto sobrepasó las fronteras. La Sociedad de Médicos de la Marina Imperial de Rusia por medio de su Director General de Sanidad dirigió una felicitación al Inspector General de Sanidad de la Armada española, elogiando la acción de nuestro heroico médico.



Eugenio Fernández y Menéndez Valdés. Museo Naval de Cartagena.




BIBLIOGRAFÍA

CLAVIJO Y CLAVIJO, S. Historia del Cuerpo de Sanidad de la Armada. San Fernando. Tipografía de Fernando Espín Peña, 1925
GRACIA RIVAS, M. La Sanidad Naval española. Historia y evolución. E. N. Bazán. Barcelona, 1995.
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ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J.. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martinez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.  






lunes, 4 de septiembre de 2017

MIGUEL DE LA PEÑA GÁLVEZ. MÉDICO DE ARMADA EN FILIPINAS.


En 1896; comienza la insurrección en Filipinas, siendo el día 20 de agosto de este año cuando el cura de Tondo, el agustino Mariano Gil, informa a las autoridades españolas que está a punto de producirse un alzamiento frente al Gobierno de la nación. Comienzan las primeras escaramuzas. La infantería de marina se encarga de formar un regimiento de operaciones en Filipinas. De este modo, con fuerzas de Cádiz y Ferrol se forma el primer batallón, el cual va a quedar constituido por 6 compañías. Al mando del teniente coronel del cuerpo Marcelino Muñoz Fernández; parte de Cádiz en el vapor correo Cataluña, de la compañía Trasatlántica, rumbo a Manila. Una vez llegado al archipiélago se unirá al batallón allí existente, el cual al mando del teniente coronel Lorenzo Tamayo López queda como segundo batallón. Ambas unidades quedan al mando del coronel del cuerpo Juan de Herrera y Caldera, adoptando más tarde el nombre de primer regimiento. Pronto se va a formar una fuerza militar mixta al mando del general del Ejército Diego de los Ríos y Nicolau, la cual va a estar constituida por los batallones de infantería de marina: 1º del 1º regimiento y 1º del 2º regimiento de Filipinas. Este último regimiento va a estar al mando del coronel del cuerpo Fermín Díaz Matoni. El primer batallón de este 2º regimiento, constituido por fuerzas de Cartagena y San Fernando, al mando del teniente coronel José de Goyenechea Agüera, había llegado de la Península en el vapor correo Antonio López de la compañía Trasatlántica, zarpando del puerto de Cartagena. Los batallones de infantería de marina se unirán al regimiento del Ejército Joló nº 73, así como fuerzas de artillería e ingenieros. Es el mes de noviembre de 1896, el enemigo se ha hecho fuerte en Noveleta y se trata de recuperar este lugar. Se forma dos columnas que atacarán por diferentes sitios para después unirse. Una de ellas va a estar al mando del coronel del ejército José Marina de la Vega mientras que la otra la mandará el coronel de infantería de marina Fermín Díaz Matoni. La columna del coronel Marina en el cruce de Imus, entre Binacayan y Cavite Viejo, es sorprendida por los insurrectos quienes permanecen en trincheras fuertemente construidas, sufriendo gran número de bajas. El teniente coronel Marcelino Muñoz, herido de gravedad, continua al frente de su batallón de infantería de marina, no queriendo ser curado por no abandonar el servicio.  El médico primero Miguel de la Peña Gálvez quien acompaña al primer batallón del primer regimiento de Infantería de Marina; al ver que sus heridos iban a ser rematados por los enemigos, animando a los soldados de su alrededor, pese a sufrir heridas; hace fuego con su revólver, consiguiendo retirar las numerosas bajas que había. Después; ayudado por el primer médico Manuel Gil y Gil, y los segundos médicos: Ramón Días Barea y Eustasio Torrecillas Fernández quienes se habían hecho cargo de una ambulancia, proceden a la evacuación de los heridos en circunstancias muy difíciles ya que la columna había sido rota y aparecía un enorme desorden, teniendo que hacer las primeras curas bajo el fuego enemigo por no tener la posibilidad de efectuar un traslado a lugar seguro. En esta misma acción; el capellán segundo Esteban Porquores Orga, además de prestar a los heridos los auxilios espirituales, realizó una valiosísima labor, transportando sobre sus hombros a algunos de ellos, hasta ponerlos a cubierto de los disparos. Por este comportamiento, junto a Manuel de la Peña, se le concedió a ambos; la Cruz Laureada de San Fernando.


Miguel de la Peña Gálvez. Museo Naval de Ferrol. 
NOTAS.
*). Roca Núñez et al. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. pp. 98-99.

BIBLIOGRAFÍA

CLAVIJO Y CLAVIJO, S. Historia del Cuerpo de Sanidad de la Armada. San Fernando. Tipografía de Fernando Espín Peña, 1925
GRACIA RIVAS, M. La Sanidad Naval española. Historia y evolución. E. N. Bazán. Barcelona, 1995.
HISTORIA NAVAL DE ESPAÑA Y PAISES DE HABLA ESPAÑOLA. www. todoavante.es
Rivas Fabal, J. E. Historia de la Infantería de Marina Española. Editorial Naval. Madrid, 1970.
ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J.. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martinez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.