LA ÚLTIMA CENA
Narra el Evangelio de San Marcos
que cuando Pedro le pregunta al Maestro: “¿Dónde quieres que te preparemos la
Pascua?”. Jesús le dice: “Id a la ciudad y encontrareis a un hombre llevando un
cántaro de agua. Seguidle y, donde entre, decidle al dueño de la casa, El
Maestro dice ¿Dónde está mi sala para comer la pascua con mis discípulos? Y él
os enseñará una sala grande, alfombrada y preparada. Hacednos allí los
preparativos”.
La casa ante la que el criado se
detuvo era una vivienda típica de familias acomodadas de Jerusalén, con dos
pisos; el primero quedaba reservado a la vida familiar y el segunda era
destinado a los huéspedes. A este piso segundo se subía por unas escaleras
exteriores que daban directamente a la calle. Martín Descalzo opina que el
dueño de la casa debía de ser una persona muy conocida de Jesús porque se ve
que tenía con él, confianza. Algunos historiadores señalan a Nicodemo y otros a
José de Arimatea, aunque no es fácil pensar que Jesucristo comprometiera a
estos dos personajes que estaban muy próximos a los sacerdotes de Israel.
Algunos han pensado que la vivienda podría pertenecer al padre o a algún
pariente del evangelista Marcos, ya que la casa se convirtió después de la
muerte de Cristo en un lugar habitual de reunión de los cristianos de
Jerusalén. Una tradición muy antigua apoya esta última teoría.
La tradición también ha situado
el lugar del cenáculo en la cumbre del monte Sion, fuera de la ciudad y a unos
130 m. de la puerta que lleva el nombre de la colina. Nos imaginamos la escena;
cuando el dueño de la casa enseña a Pedro y Juan la habitación preparada con
alfombras, divanes y cojines, rodeando la mesa; ellos parten para comprar los
preparativos de la cena, un cordero que tiene que resultar suficiente para
trece comensales. Acuden a uno de los sacrificios del templo para que sea
degollado según el rito y después ellos mismos lo asarán al horno de ladrillo y
prepararan las tortas de pan sin levadura. Se llamaba el matzath, que era el
pan que los judíos habían comido al salir de Egipto. Estaba hecho sin levadura
porque en aquella salida tan precipitada las mujeres no tuvieron tiempo de
ponerla. Después, debieron preparar una ensalada de hierbas amargas para
recordar las penas del cautiverio, teniendo a disposición un cuenco de vinagre
para mojarlas. Llevaron vino, el cual era caro, pero en los días de la pascua
los levitas lo vendían en el templo a precio de coste. Le añadieron un punto de
agua, según la Ley. Finalmente; prepararon el “Jaroset”,
una salsa de color ladrillo compuesta de almendras, higos, dátiles y canela,
machacados en vino. Había que tener grandes cántaros de agua para las
abluciones.
Cuando Jesús, acompañado por los
discípulos entra en la sala, debieron percibir un fuerte olor a grasa y a
especies picantes. El dueño de la casa mostraría a Jesús la mesa preparada y le
preguntaría si todo estaba a su gusto. El Maestro, pasando su vista por la
sala, le respondería con una sonrisa de agradecimiento.
Los apóstoles debían estar
asustados porque la solemnidad de la pascua les ponía tensos y la alegría de la
fiesta había sido en gran parte apagada por los anuncios dramáticos que Jesús
había hecho en los días precedentes. Hablarían entre ellos en voz baja y
estarían expectantes.
Los criados acababan de poner la
mesa. Esta era un rectángulo de poco más de 30 cm de altura, cubierto con
manteles blanquecinos. Adosados y haciendo forma de V había tres anchos bancos,
cubiertos con cojines.
Aunque tradicionalmente los
judíos habían comido la pascua de pie porque así lo mandaba la Escritura, en
los tiempos de Jesús la costumbre había cambiado bajo la influencia de Roma.
Los romanos consideraban que el comer de pie era cosa de esclavos y que los
hombres libres debían comer recostados. No conocemos con exactitud como se distribuyeron los apóstoles en la mesa. El tudinio del fondo con tres puestos, sabemos que
era el de la presidencia, pero no sabemos con exactitud si el puesto de honor
era el del centro de estos tres, porque si seguimos la costumbre romana sería
el de la izquierda. Seguía en importancia el banco de la izquierda y después el
de la derecha, con cinco puestos cada uno y empezando también de izquierda a
derecha según la mayor o menor importancia de los puestos.
Según relato de la cena,
deducimos que Juan estaba inmediatamente a la derecha de Jesús, porque solo de
este modo podía apoyar su cabeza en el pecho del Maestro. Judas quedaba muy
cerca de Jesús y Pedro muy probablemente estaba más lejos de Jesús que Juan,
porque dijo a Juan que le preguntase algo a Jesús.
Pero, hay diversas opiniones. El
padre Ricciotti, célebre biblista y arqueólogo italiano, coloca en el tudinio
del fondo a Jesús en el centro, con Juan a su derecha y Pedro a su izquierda.
Judas queda en el primer puesto del tudinio de la izquierda y a la derecha de
Juan.
En cambio, David K.Bernard,
teólogo de la Iglesia Pentecostal, pone a Jesús en el puesto de la izquierda
del tudinio del fondo y con Juan a su derecha. Pedro queda en el primer puesto
del tudinio de la izquierda. Judas queda en el último puesto del de la derecha
e inmediatamente a la izquierda de Jesús.
Conocemos que los discípulos
discutieron sobre los puestos que le correspondían ocupar, porque todos querían
estar cerca del Maestro y también porque todos querían ser más importantes que
el resto de sus compañeros. Sin embargo, Jesús esta vez no les reprendió como
en otras ocasiones. Calló y se sentó a la mesa. Los criados ya habían colocados
sobre ella el cordero dorado y crujiente y alrededor los platos con hierbas
silvestres, con salsa y especies, y las frutas.1
El Evangelio de San Juan narra cómo
Jesús se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la
ciñe; luego hecha agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los
discípulos, secándolos con la toalla que se había ceñido.2
Sobre este pasaje del Evangelio,
el Papa Francisco hace la siguiente reflexión: Jesús es el más importante y
lava los pies porque, entre nosotros, el que está más alto debe estar al
servicio de los otros. Lavar los pies es: “Yo estoy a tu servicio”. Nosotros
debemos ayudarnos, los unos a los otros. A veces estoy enfadado con uno, o con
una…pero…olvídalo, olvídalo, y si te pide un favor, hazlo. Ayudarse unos a
otros: esto es lo que Jesús nos enseña y esto es lo que yo hago, y lo hago de
corazón, porque es mi deber. Pero es un deber que viene del corazón: lo amo.
Amo esto y amo hacerlo porque el Señor así me lo ha enseñado.3
1). Martín Descalzo. 1998;
939-948
2). Martínez Puche. 2021; 134
2). Papa Francisco. 2021; 133
REFERENCIAS
MARTÍN DESCALZO, J.L. Vida y misterio
de Jesús de Nazaret. Ediciones Sígueme. Salamanca, 1998
MARTÍNEZ PUCHE, J.A. Evangelio
2022. San Esteban editorial. Edibesa. Madrid, 2021
PAPA FRANCISCO. Evangelio
2022. San Esteban editorial. Edibesa. Madrid, 2021
Grabado de la última cena. Adquirido en un mercado de Jerusalén en 1992