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lunes, 6 de julio de 2020

XI. APUNTES SOBRE LA FIEBRE AMARILLA EN CÁDIZ Y SU PROVINCIA




La fiebre amarilla en Cádiz y su provincia desde el punto de vista epidemiológico y clínico

El vómito negro, el mal de Siam, Yellow Jack, tifus icteroides o fiebre amarilla, todos los facultativos estaban de acuerdo de que se trataba de una enfermedad muy contagiosa y muy peligrosa. Basándonos en el estudio del Doctor y Académico José Manuel Blanco Villero, nos encontramos con que en la primera epidemia gaditana de 1800, la población estaba poco inmunizada porque la anterior epidemia de fiebre amarilla había ocurrido 36 años antes y solo serían inmunes las personas más ancianas. En cambio, en las epidemias posteriores se observó una disminución de la morbilidad y de la mortalidad, con respecto a la primera, y hubo más incidencia entre los forasteros.
Las poblaciones del interior tuvieron en general más baja morbilidad y mortalidad porque las larvas y adultos del Aedes ofrecen poca resistencia al frio y altitud.
En el caso de mayor afectación en varones que en hembras podría estar relacionado con el compuesto llamado actenol que facilita al mosquito encontrar al huésped, así como otras sustancias químicas emitidas por el varón, o feromonas.
El aislamiento de la población tendría que haber sido muy precoz y estricto. Las medidas que se adoptaban eran progresivas y tardías, por lo general. Los controles, en diversas ocasiones, eran burlados por la gente que huia de las epidemias y la persona sana que pasaba un control podría estar en el periodo de incubación.
Muchas de las medidas adoptadas eran ineficaces, como la prohibición de la circulación de ganado, el dejar de enterrar en recintos sagrados o quemar ropas y enseres.
Las cuarentenas solo eran útiles en algunos casos porque el barco que la observaba podría llevar mosquitos infectados, los cuales sobrevivían a bordo bastante tiempo. Podría desembarcar al final algún miembro de la tripulación en periodo de incubación.
Las epidemias se extienden de un barrio a otro porque el mosquito vector tiene escasa autonomía y pica de casa en casa. Cuando el contagio pasa a otras poblaciones hemos de considerar que junto al pasajero ha podido pasar las ropas y equipajes, huevos y larvas del mosquito. Que participen otras clases de mosquitos locales en la transmisión creo que resulta más difícil admitir.
La mayoría de los enfermos mueren en los hospitales porque en ellos se ingresan los casos más graves. Aunque en casa podrían estar mejor cuidados por sus familiares y evitar algunas medidas contraproducentes como sangrías, en el hospital estaban más aislados de la población sana y podría aplicarse otras medidas más acertadas.
El desconocimiento del agente causal y del vector transmisor hacia que se luchara con un enemigo desconocido y que el personal sanitario no tuviera las medidas de protección adecuadas.
El aislamiento en lazaretos, hecho precozmente, si podría ser una medida adecuada.
Las juntas de sanidad serían muy útiles si estaban bien coordinadas y si estaban compuestas por el personal médico más idóneo.
El eliminar todas las aguas estancadas y el realizar un  control de lagunas y pantanos si era una medida necesaria, otra cosa es que se llevara a cabo con eficacia.
El reducir el contacto físico, evitando aglomeraciones, si era una medida eficaz.
La organización en barrios fue una buena decisión.
Evitar el exceso de temperatura si era una medida adecuada, pero otra cuestión era el conseguirlo con los medios con que se contaban.
Los facultativos de aquellos comienzos del siglo XIX sabían que esta terrible enfermedad aparecía en época calurosa y que en el contagio pudiera estar implicado el tráfico marítimo. Aún así, en sus comienzos había discrepancias sobre su identidad y cuando se le diagnosticaba era tarde.
A los síntomas y signos de sospecha no le podían acompañar pruebas complementarias porque no se disponía de ellas.
Los síntomas y signos acompañantes en el comienzo de la enfermedad podían ser comunes con otras enfermedades infectocontagiosas y cuando se llega a un diagnostico de sospecha por algún signo patognomónico ya es tarde.
Parece ser que no se tiene muy en cuenta los criterios epidemiológicos para sumárselo a los criterios clínicos de comienzo. De este modo, buscando el origen del contagio y sumándole algunas características, como que se produjera en estación calurosa, podría adelantarse el diagnostico de sospecha.
Entre los síntomas precoces parece ser que no hubo en general alguna preocupación en buscar algún signo específico diferencial, y cuando algún autor describe algunos de ellos, estos conocimientos no son adquiridos, en la mayoría de ocasiones, por el resto de facultativos, quizás por dificultad de difusión.
Llama la atención que en la epidemia de Gibraltar de 1810 fueran los doctores Arthur y Kidston, que habían pasado por la India, los que diagnosticaron la enfermedad de inmediato. Quizás era necesario tener algún médico especializado o con experiencia en esta epidemia y en otras.
No se organizaban en la época congresos y reuniones científicas, tanto locales como regionales, nacionales e internacionales que hubieran aunados criterios epidemiológicos, clínicos y terapéuticos. Las Juntas Literarias  del Colegio de Cirugía de la Armada aparecen como excepción y no hay registrado ningún caso de fiebre amarilla en las observaciones leídas en dichas juntas, desde noviembre de 1800 a enero de 1822.
 Los tratamientos, en general, no funcionaban porque la fiebre amarilla nunca ha tenido un tratamiento y solo pueden aplicársele medidas paliativas. Algunas medidas resultaban contraproducentes, como las sangrías. Recordemos que hubo algunos facultativos, como Pedro María González, que no se mostraron partidarios de esta medida. Tampoco de la provocación de vómitos. Otras medidas paliativas y de régimen higiénico-dietético si pueden ser aceptadas como útiles.


 Anfiteatro anatómico del Real Colegio de Cirugía de la Armada de Cádiz. 
S. Clavijo. Historia del Cuerpo de Sanidad Militar de la Armada, p.150


Hospitalizaciones durante las epidemias

Fueron numerosos los hospitales y lazaretos de la provincia de Cádiz que acogieron a los enfermos de fiebre amarilla en todas las epidemias de este siglo XIX. Aunque hemos hecho referencia de muchos de ellos, vamos intentar hacer un esquema de la disposición hospitalaria de la provincia durante estos tiempos de epidemia, señalando aquellos centros que parecen ser más significativos.

CÁDIZ
REAL HOSPITAL DE MARINA. Con 22 salas.
HOSPITAL PROVISIONAL DE LA SEGUNDA AGUADA. Con un total de 623 camas.
HOSPITAL DE SAN JUAN DE DIOS. A cargo de la Orden Hospitalaria. Llegó a contar con cinco salas y albergar 89 enfermos, aunque pudo aumentar el número de hospitalizaciones.
HOSPITAL NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN o “DE MUJERES”. Con poca capacidad.


Patio del Hospital Real de Marina de Cádiz. M. Gracia. La Sanidad Naval Española, p.78.

ISLA DE LEÓN-SAN FERNANDO
HOSPITAL MILITAR DE SAN CARLOS
Abierto en febrero de 1809, con motivo de la Guerra de la Independencia. Al principio estuvo destinado a la hospitalización de los militares franceses prisioneros de la batalla de Bailén y de la Escuadra de Rosily, derrotada en la bahía gaditana. Pero, después se amplió la admisión a militares del Ejército y Armada, a operarios de la administración militar, familias de militares y otro personal.
HOSPITAL DE SAN JOSÉ. A cargo del Cabildo eclesiástico. Atendió a la Beneficencia Municipal y tuvo contratos con Ejército y Armada.
HOSPITAL DE LAS ANCLAS. Llamado también “De Ricardos”, por el hecho de estar en este caserío. Pertenecía a la Armada y se reabrió en algunos casos de epidemias.
LAZARETO DE INFANTES. En la casería de Infantes.
HOSPITAL PROVISIONAL DE SAN CARLOS. Junto al cuartel de Batallones.
HOSPITAL PROVISIONAL DEL PUENTE DE SUAZO. Situado en el Real Carenero. Llamado de San Caralampio.
HOSPITALES MILITARES  PROVIONALES  DEL EJÉRCITO ANGLO-PORTUGUÉS.
CASA DE ZOXA. HOSPITAL REAL DEL REGIMIENTO 29. Según el historiador local Joaquín Cristelly, hubo un hospital militar inglés en la casa nº157 de la calle Real, alquilada a una señora viuda, llamada María Jesús Perdiguero. Parece ser, según datos que ofrece Salvador Clavijo, corresponde a este lugar.
CASA DE SAN ANTONIO. HOSPITAL REAL DE ARTILLERÍA.


 San Fernando. Hospital de San José. Puerta de entrada.
J.B. Roca. Los otros de Trafalgar, p125.

PUERTO DE SANTA MARÍA
HOSPITAL DE LA CARIDAD. En la rivera del río Guadalete. A cargo de la Hermandad de la Santa Caridad.
HOSPITAL DE SAN JUAN DE DIOS. En la calle Luna. Fue utilizado por el ejército francés, durante la ocupación.
HOSPITALITO. Entre las calles Ganado y Zarza.
HOSPITAL DE SAN SEBASTIÁN. En extramuros.
HOSPITAL MILITAR PROVISINAL FRANCÉS DE LA IGLESIA DE SAN FRANCISCO. Utilizado durante la ocupación.


El Puerto de Santa María.  Hospital de San Juan de Dios de la calle Luna. Autor

CHICLANA DE LA FRONTERA
HOSPITLA DE SAN MARTÍN. Era un centro pequeño.
HOSPITAL MILITAR PROVISIONAL DEL EJÉRCITO FRANCÉS. Durante la ocupación. Situado en un caserío de la población.

SANLÚCAR DE BARRAMEDA
HOSPITAL DE LA MISERICORDIA. Regentado por la Orden de San Juan de Dios.

JEREZ DE LA FRONTERA
HOSPITAL DE LA CARIDAD. SAN BARTOLOMÉ. Dependiente este centro hospitalario de la Hermandad de la Santa Caridad.
LAZARETO DE LAS CUATRO NORIAS. Abierto en la epidemia de 1800.

ALGECIRAS
REAL HOSPITAL MILITAR. Perteneciente al Ejército. Situado en la antigua calle Imperial.
HOSPITAL DE LA CARIDAD. Perteneciente a la Hermandad de la Santa Caridad. Situado cerca del puerto.



 Antiguo Hospital Militar de Algeciras. Autor.


TARIFA
HOSPITAL DE SAN BARTOLOMÉ
Estuvo a cargo durante mucho tiempo de la Hermandad de la Santa Caridad y después pasó a la Beneficencia Municipal. El piso superior fue alquilado a la administración militar del Ejército.

GIBRALTAR
HOSPITAL NAVAL. Fue utilizado por la Marina y por el Ejército. Tras la paz de Amiens se redujo la plantilla, quedando en el centro un director, un cirujano y un boticario. Pero en 1803, debido a las hostilidades con Francia, esta escasa plantilla se incrementó de nuevo.


 
Hospital Naval de Gibraltar. Ch. Lawrence. The History of the Old Naval Hospital Gibraltar, p. 102



BIBLIOGRAFÍA

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