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martes, 1 de mayo de 2018

ALEJANDRO LALLEMAND LEMUS Y JULIO CESAR DÍAZ NAVARRO. DOS MÉDICOS DE ARMADA EN CUBA.


Alejandro Lallemand y Lemus, primer médico de la Armada, embarcado en el crucero Infanta María Teresa, buque insignia del Almirante Cervera, escribe una carta dirigida a su esposa Vicenta, hijos, padre, madre y hermanos. Esta emotiva carta publicada por su descendiente José A. Lallemand Abella en 1997, en la revista de Historia y Cultura Naval, nos va a procurar una clara visión de las consecuencias para nuestros marinos de aquel trágico combate, y de la que vamos a resumir los puntos de mayor trascendencia. La carta comienza con un encabezamiento que dice:
A bordo del Harvard (prisionero) en la mar a 10 de julio de 1898.
Después de dirigirla a su familia, como hemos visto con anterioridad, y afirmar que esta salvado milagrosamente, habla de lo que llama catástrofe de la Escuadra y sobre todo del Teresa, Vizcaya y Oquendo. Se había enterado que en España, al publicar la relación de muertos, en las primeras noticias, el iba incluido, lo que le causó una profunda preocupación. Intentó redactar desde Tampa un cablegrama para tranquilizar a su familia, el cual llevó a cabo, anunciando que estaba salvado, prisionero, pero que estaba bien. Al siguiente día del combate escribió una carta y un jefe de la marina noruega, agregado a la escuadra americana, se ofreció para que esta llegara a su destino, pero no podía tener la certeza que hubiera llegado para disipar la angustia de los suyos. Después de contar sus impresiones y sus vivencias de los comienzos, llega el momento decisivo cuando su buque se encuentra frente a tres acorazados americanos con el resto de los barcos enemigos algo más atrás. Comienza el combate y el número de granadas lanzadas sobre el Infanta María Teresa fue incalculable y las averías que hicieron tremendas. En un momento llegaron a la enfermería un gran número de heridos con brazos y piernas destrozadas, entre ellos el comandante del buque con una herida en el brazo y otra en la nalga. A medida que curaba a unos, llegaban otros. De pronto corrió la voz de fuego y se mandó inundar el pañol de proyectiles que estaba al lado de la enfermería de combate. El fuego alcanzó a medio barco. El vapor que salía de las calderas donde había caído una granada, aumentaba horriblemente el cuadro. No había botes pues todos habían quedado destrozados y el general ordenó que todos los que sabían nadar se lanzaran al agua. El general se lanzó con un tablón y el comandante, a pesar de sus heridas, lo hizo a nado. Nuestro médico contempla que unos se ahogan al poco de caer. Con un salvavidas, sin quitarse la ropa y con el revólver a la cintura, encomendándose a la Santísima Virgen, se echa al mar. Pronto se percata de lo mal que había hecho en no desnudarse pues no adelantaba nada y apenas podía sostenerse con la cabeza fuera del agua. Algunos desgraciados se le agarraban y vio cerca de él, al pobre segundo médico Díaz Navarro quien con otros tres o cuatro permanecían agarrados a un bote, “hecho trizas”, cerca de la popa del Teresa, hecha un volcán y “nos arrastraba al fondo porque la hélices seguían funcionando al no haber sido paradas por los maquinistas”. En un momento de inspiración, aprovechándose de un trozo de remo que tenía en sus manos y aplicándolo sobre la popa del buque, fue separándose, pudiendo quedar a flote. Los demás habían desaparecidos. Nuestro médico se encomienda a Dios y le pide ser salvado “para mis hijos”. Ya sin fuerzas, con calambres tremendos, llega a rendirse y no pensaba en salvarse por considerarlo imposible. Entonces; aparece la quilla de un bote y con enorme esfuerzo llega al punto donde se encontraba y logra subirse a ella. Le da gracias a Dios con toda su alma. Todavía queda cerca el Teresa, mientras que varado y ardiendo está el Oquendo. Ve algo cerca de él que tiene la apariencia de un tiburón, apareciendo y desapareciendo unas dos o tres veces. Después de un periodo de tiempo, que parece una eternidad, aparece en el horizonte un vaporcito americano, y agitando el brazo izquierdo, que era en el que le quedaba alguna fuerza, logra ser visto. Arrían un bote, lo recogen y lo conducen a un barco americano quedando en su enfermería, donde lo desnudan y lo meten en cama. Nota un fuerte dolor por todo su cuerpo pero sobre todo en la zona del bajo vientre. Le ponen el termómetro y tiene 40º. Por la noche es trasladado a un buque que hacía de hospital, donde le sacan sangre. Al día siguiente se mantenía la fiebre y la orina era sanguinolenta pero posteriormente mejoró y la orina se normalizó. El día 6, junto a su antiguo comandante, es trasladado a otro hospital flotante, donde el día 10, curado del todo, le devuelven a su barco de origen para ser conducido, con una porción de prisioneros, al Arsenal de Portsmouth, donde le anuncian que los oficiales; dentro de dos o tres días, seguirán viaje para Annapolis. No tiene ropas y ha andado dos días descalzos, y el traje consistía en unos calzoncillos y una camisa de dormir que le había dado un oficial americano. En el nuevo barco se le da una muda de ropa de marinero, como a los demás oficiales.
Una vez destruida la Escuadra, los médicos españoles ayudarán a sus colegas americanos en las intervenciones quirúrgicas en sus buques. La mayoría de las bajas fueron trasladados al buque auxiliar Harvard mientras que los heridos más graves fueron conducidos al buque hospital Solace para pasar posteriormente al Hospital Naval de Portsmouth, en Virginia. Los que presentaban algún tipo de enfermedad no bien filiada, el servicio de sanidad naval americana decidió ingresarlos en un hospital de New Hampshire, en la región de Nueva Inglaterra. El día 15 de julio, los primeros médicos: Salvador Guinea, Adolfo Núñez, Alejandro Lallemand, junto al segundo médico Gabriel Montesinos, embarcan en el transporte Harvard, en calidad de prisioneros. Por estar comprendidos en el Convenio de Ginebra de la Cruz Roja, le corresponden quedar libres. No obstante, renuncian a la libertad para seguir atendiendo a los heridos y enfermos españoles. Alejandro Lallemand en un campamento de prisioneros españoles, estuvo asistiendo a enfermos de “fiebres infecciosas”, contagiándose. 
 Junto a un gran número de prisioneros, regresa a España a bordo del vapor ingles City of Rome, en el mes de septiembre, llegando el día 21 de este mes a Santander para seguir viaje a Cádiz, a cuyo puerto arriban el 26. Se le concede tres meses de licencia. Es requerido en la Corte para prestar declaración en la causa sumarísima por perdida de la Escuadra. En febrero de 1899 es destinado al servicio de guardias del Hospital de Marina de San Carlos, donde permanece hasta abril, mes en que se le concede 19 meses de licencia por enfermedad. Una vez terminada esta, pasa destinado como auxiliar de la Inspección de Sanidad del Departamento Marítimo de Cádiz, encargándose en su Detall de la sección de los practicantes. En esta situación le llega la muerte el día 23 de marzo de 1903, en su domicilio de Cádiz, en el distrito de San Antonio, cuando solo cuenta con 45 años de edad, a causa de la reagudización de una peritonitis crónica como secuela del traumatismo abdominal sufrido en el combate naval de Santiago de Cuba. Dejó viuda y seis hijos pequeños. Por sus servicios prestados en 1895, cuando en Cuba fue destinado al regimiento de Infantería de Marina que se encontraba destacado en Cardona y Pinar del Rio; fue condecorado con la Cruz Blanca del Mérito Militar de Primera Clase, y por su actitud en 1897 en Matanzas, donde participó en los combates de Cayo Romano y Sábanas; obtuvo la Cruz Roja del Mérito Militar de Primera Clase.



Alejandro Lallemand Lemus. Bicentenario del Hospital de San Carlos. p. 299.


NOTAS.

*). Roca Núñez et al. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. pp. 130-132.
BIBLIOGRAFÍA

Garcia-Cubillana de la Cruz, J.M. “Dos médicos del Hospital de Marina de San Carlos en el combate naval de Santiago de Cuba (1898)”. Bicentenario del Hospital de San Carlos. San Fernando (Cádiz), 1809-2009; pp. 295-307. Servicio de Publicaciones del Ministerio de Defensa. Madrid, 2009.

Lallemand Abella, J. A. “La Historia vivida. Alejandro Lallemand, un médico del 98”. Revista de Historia Naval. Año XV. Nº 58, pp. 79-90. 1997. 

ROCA NÚÑEZ, J.B. ROCA FERNÁNDEZ, F.J. GARVÍ LÓPEZ, M. ROCA FERNÁNDEZ, J.J. Historia de la Medicina. La Sanidad de la Armada española en la segunda mitad del siglo XIX. Martínez Encuadernaciones. Puerto Real (Cádiz), 2015.









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