Habiendo salido un edicto del emperador romano César Augusto,
mandando que todo el mundo se empadronase; José con María llegaron de Nazaret a
Belén, en Judea, después de recorrer unos 125 Kilómetros, para este fin.
Estando en este lugar, se cumplía el tiempo en que María debía de dar a luz. No
había sitio para ellos ni en las posadas de la ciudad, ni en casa de los
conocidos y parientes, a pesar de haberles pedido hospitalidad. Nació un varón
y su Madre lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque era el único
sitio que habían encontrado. Había unos pastores en aquella comarca, guardando
el ganado, a los que se la apareció un ángel del Señor quien les dijo: No temáis, porque yo os anuncio un grande
gozo, que será para todo el pueblo: es que hoy os ha nacido, en la ciudad de
David, el Salvador, que es el Cristo Señor. Y ésta es la señal que os doy:
hallaréis el Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. En aquel
instante se le juntó al ángel una numerosa milicia celestial que alabando a
Dios, decían: Gloria a dios en las
alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Como es natural; los pastores no podían salir de aquel
estupor pero una vez repuestos, dijeron: Lleguémonos
hasta Belén y veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos ha manifestado. Cuando
llegaron se encontraron a María y a José, con el Niño acostado en el pesebre.
Cayeron de rodillas ante el Mesías, ofreciéndole los humildes bienes que poseían,
y dice el evangelista San Lucas que los pastores se volvieron alabando y
glorificando al Señor por todas las cosas que habían oído y visto.
ZAHONERO VIVO, J. MARTÍN PENALVA, M. A. Elementos de Religión. Jesucristo según el Antiguo Testamento y según los evangelios. Editorial
Marfil. Alcoy, 1954
LUCAS. II, 1-7
LUCAS. II, 15-20
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