Podríamos decir que la Sanidad Naval
se encuentra íntimamente ligada a la historia marítima y con ella ha
evolucionado a través de los tiempos. Sabemos que los primeros buques se
desplazaban por el sistema de propulsión a remos, a expensas del esfuerzo
humano, y sus cortas o largas travesías eran efectuadas paralelas a las costas.
Aunque la lógica nos dice que la vida, siempre dura, del marino, necesitaría en
ocasiones de cuidados médicos y quirúrgicos; no hay constancia alguna de que en
las antiguas civilizaciones de los fenicios comerciantes y de los cartagineses
guerreros, dispusieran de personal sanitario embarcado. En cambio, los griegos
contaban con médicos en sus flotas. Los romanos; al mismo tiempo que crean
enfermerías en tierra para sus legiones, van a disponer de buques hospitales
para su marina. En el resto de la flota, en cada barco irá un médico quien
atenderá a la oficialidad, marineros, soldados y esclavos remeros. Tratará las
dolencias, heridas y traumatismos, o sea que será médico y cirujano. También
conocemos que hubo una preocupación por la higiene naval y la higiene personal
con la implantación de ciertas normas: lavarse dos veces al día, utilizar
vestidos de lana para protegerse de la humedad, control del alcohol, etc.
También los médicos romanos buscarán remedios para combatir el mareo de la
navegación. Llegamos a la Edad Media y nos encontramos con que continúa el
sistema de los remos, siendo la galera la embarcación por excelencia. Sobre su
cubierta van a desarrollarse combates semejantes a los de tierra y por ello
necesita de personal sanitario y de una enfermería donde atender a los
numerosos heridos. Además, necesita una nutrida dotación de la que gran parte
son remeros. Estos por su condición de esclavos, presos o prisioneros, reúnen
unas características muy peculiares, las que repercutirán en la asistencia
médica y quirúrgica que tienen que llevar a cabo el personal de sanidad
embarcado. En nuestro país; hay noticias de la presencia de médicos y cirujanos
en los buques de guerra, desde tiempos muy lejanos. Sabemos que en la marina de
Castilla, en tiempos de Alfonso X, en sus Partidas, como en la marina de
Aragón, en tiempos de Jaime I, en el libro del Consulado de Mar; figuran los
médicos y cirujanos embarcados. En el año 1354; en Aragón, en el reinado de
Pedro IV, aparecen las ordenanzas navales del Almirante Bernardo de Cabrera. En
ella; una orden que hace referencia al embarque de un médico y un cirujano por
galera. Más tarde, contemplaremos una verdadera organización sanitaria con la
presencia de un cirujano y de un barbero por buque, existiendo un médico y un
boticario para atender a una flota. Con el tiempo aparecerán las figuras del
protomédico, cirujano mayor y boticario; integrados en una plana mayor. Le
siguen, el personal de sanidad embarcado, constituido por un cirujano
romancista, barbero-cirujano y barbero, aunque en la mayoría de los casos solo
iba uno de ellos para ejercer la cirugía y el resto de las funciones.
Curiosamente; la Marina no tiene hospitales propios y muchos enfermos
procedentes de las naos, serán atendidos en hospitales benéficos,
principalmente de la Orden de San Juan de Dios. En alguna ocasión, la Marina
autorizó la construcción de un hospital pero sin personal sanitario naval.
Llegamos a la época de navegación a
vela y aparecen nuevos tipos de embarcaciones. El galeón requiere una
tripulación numerosa para manejo de velas y jarcias, además de artilleros para
sus cañones. Las largas navegaciones transoceánicas requieren transportar gran
cantidad de agua y alimentos en las mejores condiciones posibles. Además
aparecerán nuevas enfermedades. Durante el siglo XVII se introducen mejoras
sanitarias, pero es en el siglo XVIII
cuando se produce un verdadero vuelco en la Armada, del que también participa
la Sanidad Naval. Junto a la aparición del navío de línea, el cual va a
modificar el combate naval, en nuestro país se crean arsenales, se establece la
Matricula de Mar, y se reorganiza en 1728; el Cuerpo de Sanidad de la Armada. En
1748 se crea el Colegio de Cirugía de la Armada, en la ciudad de Cádiz. En
1791; las profesiones de medicina y cirugía se unen en una sola que se
denominará: médico-cirujano, pasando la carrera de tres años de duración a seis
años. Las Ordenanzas de la Armada determinarán cuales serán las funciones del médico-cirujano
y la del sangrador. Se han ido creando hospitales de Marina adecuados, en:
Cádiz, Cartagena y Ferrol. Hay personal del Cuerpo de médico-cirujanos
destinado en ellos y aparecerá la figura del boticario con sus ayudantes, en
los hospitales.
Después de Trafalgar y de la Guerra
de la Independencia, entraremos en una decadencia, la cual afectará a la Armada
y a su sanidad. No obstante, antes de llegar a mediados del siglo XIX, va a
comenzar una reorganización de la Sanidad Naval, la cual se hará de forma
progresiva. Ha desaparecido el Colegio de Cirugía de la Armada. El Licenciado
en Medicina y Cirugía -así se llama la nueva profesión- ha estudiado la carrera
en una universidad del país y se presenta a un concurso-oposición para obtener
una plaza de médico de la Armada. El sangrador desaparece para dar paso al
practicante de cirugía, el cual estudiará la carrera en un hospital. La mayoría
de los practicantes de la Armada se han formado en un hospital de Marina, el
cual ha heredado, en parte, aquella función docente del Colegio de Cirujanos.
Los boticarios pasarán a llamarse farmacéuticos y estos, igual que los médicos,
se han formado en la Universidad. No obstante, la organización del Cuerpo de
Farmacia y su reconocimiento como cuerpo integrado en el de Sanidad de Armada,
no se hará hasta finales del siglo XIX. Los hospitales se han reconstruidos y
aparecen las especialidades, a la vez de que se dispone de nuevos medios de
diagnostico. Van apareciendo los barcos a vapor, sustituyendo a los de vela. Ello
lleva a la aparición de nuevas patologías y nuevos problemas de habitabilidad.
El médico, farmacéutico y practicante
de la Armada de la segunda mitad del siglo XIX, objeto de esta investigación,
es una persona que en su momento eligió pertenecer a una institución militar
por motivos diversos, los cuales nos resulta imposible de conocer. No obstante,
podemos sospechar que tuvieron la intención de prestar sus auxilios a un
personal que vivía en constante riesgo. Cuando el facultativo descubre la
Armada, se da cuenta de qué forma parte de un cuerpo organizado y jerarquizado,
carece de formación militar previa y precisa ir adaptándose al reglamento. Sin
embargo, ello no representará obstáculo alguno para cumplir con su función
asistencial, la cual va a requerir una formación profesional continuada que
encontrará principalmente en los hospitales de Marina. También; realizará
reconocimiento y selección del personal y tendrá que preocuparse por la higiene
en buques y dependencias. Todo ello, iremos descubriéndolo a lo largo de esta
obra.
Unos perdieron la vida en el
cumplimiento del deber, mientras otros nos dejaron importantes obras
científicas. Pero, todos dejaron testimonios de su labor, por lo que merecen
ser recordados.
Autores:
Juan Bernardo Roca Núñez
Francisco Javier Roca Fernández
María Garví López
Juan José Roca Fernández
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